Perros
Estamos ante la emergencia de lo inconcebible. A Donald Trump no le gustan los perros. A alguien a quien no le gustan los perros puede que le falten cualidades como la empatía, la calidez o el compañerismo, rasgos que suelen asociarse con las personas de buen corazón. Se cree que los perros tienen fuertes instintos sobre la verdadera naturaleza de las personas. Los perros suelen ser leales y cariñosos, pero si reaccionan negativamente o parecen incómodos cerca de alguien, podría ser una señal de que la persona tiene malas intenciones o energía. El caso de Trump es esclarecedor. No tiene perro. Cuando (durante su primer mandato) Abu Bakr al-Baghdadi murió tras una redada de las fuerzas especiales estadounidenses, Donald Trump se alegró de informar de que el líder del Estado Islámico había «muerto como un perro». Si alguien tenía alguna duda sobre cómo muere un perro, Trump se alegró de explicarlo: al-Baghdadi había «gemido, llorado y gritado como un cobarde», se rió entre dientes. «¡Pasó sus últimos momentos en un miedo absoluto, en pánico y terror totales!». Pero así no es como muere un perro, señor presidente. Suele hacerlo rodeado de amor. «Donald no era un fanático de los perros», confirmó su ex esposa Ivana en sus memorias Raising Trump, recordando su hostilidad hacia su caniche, Chappy, que «le ladraba territorialmente». Nada más que añadir.