Perfume

Primavera significa cambio de perfume. Husmeé los Jo Malone de Zara. Cuelan —sobre el papel, las ideas de Zara casi siempre son buenas—, pero el producto cuesta lo que cuesta y esto permite lo que permite. ¿Las marcas que dicen democratizar el diseño educan al comprador? ¿La exposición continuada a algo acaba afinando el gusto? Si alguien se inicia en los perfumes gracias a Zara, ¿dará luego el salto cualitativo a Lyn Harris o Frédéric Malle o Maison Crivelli? El precio no es el mismo, pero no solo nos frena el dinero: nos frena la falta de curiosidad. La curiosidad es tiempo, y el tiempo (como el silencio) empieza a ser un privilegio rarísimo. En el capricho prescindible lo barato anestesia el ingenio y adormece el estilo propio. Lo barato viene a decir: con esto ya nos apañamos. Los más jóvenes habrán oído batallitas de cuando todo era opaco y teníamos que sudar tinta china para acceder a los templos del buen gusto como Vinçon. Crecer sin un duro, sin oferta e inmerso en la cutrez de provincias fue un entrenamiento útil. Vuelvo a Zara. Marta Ortega reniega del fast fashion, y algo de razón tiene. Zara, como Ikea, te permite salir del oscurantismo, pero te sitúa en una zona de confort y de allí no te mueves. Es como llenar tu casa de fotos del puente de Brooklyn que no has visto en tu vida. En su lugar mejor nada o quizás un bodegón de Zurbarán.

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