París, años 60

El poder necesita la tristeza porque puede dominarla. La alegría, en consecuencia, es resistencia, porque no se deja dominar. La alegría, como potencia de vida, nos lleva a lugares a los que la tristeza no podrá llegar jamás. La alegría es el instrumento definitivo de libertad. Las imágenes son en blanco y negro. Todos fuman en esas aulas de la Sorbona de la década de los 60. Los alumnos están sentados en el alféizar de las ventanas, en el suelo, se asoman por la puerta. Gilles Deleuze habla durante horas. Los años 60 crearon la sensación de haber sido un hito en la historia del pensamiento, que no era sólo una ilusión. Sin embargo. Los filósofos parisinos dominaban el mundo. Derrida, Focault, Delueze. De ese momento somos siempre contemporáneos, en el sentido de que las preguntas planteadas entonces aún son de actualidad. Deleuze, el gran especialista en Spinoza que alimentó las mentes de aquella Francia que hoy no sabe cómo articular su presente. Tengo un amigo que ha pasado un mes paseando por París. Haciendo el flaneur. No es especialmente francófono (son demasiado centralistas), pero sospecho que se ha enamorado de un espejismo, de una sombra, de un boulevard.

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