Miguel Milà

Hace una eternidad, cuando aún éramos jóvenes, los jueves por la noche, en Barcelona, se salía a buscar muebles a los contenedores. El jueves era un día muy especial. En el Marcelino (una cadena de restaurantes que estaba en todas las esquinas del Eixample) daban paella y era de santa obligación ir a comerla. Por la noche, se salía de fiesta para perpetuar la tradición de soldados y criadas. Íbamos al Bikini, al Velvet al Merveillé o al Universal. Y si quedaban fuerzas a los containers a buscar muebles. Una vez, con una amiga, regresando de alguno de estos lugares nos paramos cerca de La Pedrera y junto a la basura (eran los años 80 del siglo pasado) encontramos una lámpara. Era una Cestita de Miguel Milà en bambú. La recogímos como si fuera un bebé y nos la llevámos a casa. Íbamos en una mobilette, sin casco y cantábamos a Loquillo «siempre quise ir a LA, dejar un día esta ciudad...» Esa Barcelona perdió ayer a uno de sus grandes. Miguel Milà, diseñador de objetos, nos hizo la vida más bella. Sus lámparas (la cestita icónica) sus sillas, sus muebles, eran ligeros, parecían salidos de una nube. Algo ingenuos, prácticos, útiles. Era el maestro de decirlo todo con poco. Un grande.

Temas: