Los monstruos
Saben cómo hacen los niños muy pequeños cuando no quieren ser vistos. Se cubren los ojos con las manos, con el mantel porque si no ven, creen que no son vistos. Es un conmovedor fenómeno de la primera infancia que tiene que ver con el concepto de permanencia del objeto: se necesita tiempo para que un bebé entienda que si algo o alguien, digamos la madre, sale de su campo visual, continúa existiendo. Los niños pequeños piensan que solo existe lo que ven. Por eso se esconden cubriéndose los ojos: creen que se están escondiendo, para decirlo mejor. Luego pasa. Casi de inmediato, en unos pocos meses. A los dos años ya saben que también existe lo que no ven. A partir de esa edad ya no hay misterio. Lo que no vemos o no queremos ver, también existe. Si lo trasladamos a la política en un salto comparativo comprenderemos el fenómeno que estamos viviendo: hace años que vamos por el mundo tapándonos los ojos con las manos, con los pañuelos, con los manteles, esperando que aquello que no queremos que exista deje de existir. Como si en política la magia fuera posible, como si pudiéramos dibujar la realidad a base de abrir y cerrar los ojos. Aunque no nos guste, existen. Los monstruos.