Laurence Oliver

Laurence Olivier se encuentra con Dustin Hoffman antes del rodaje de Marathon Man. Laurence Oliver es el mejor actor de la historia, dicen. Laurence Olivier es uno de los fundadores del Old Vic, interpreta a Hamlet y gana un Óscar en 1949. Declama como nadie. Es la perfección en los escenarios. Es Dios. Dustin Hoffman es bajito, de Nueva York y tiene una nariz que hubiese entusiasmado a Quevedo. Lleva días sin comer, sin lavarse, sin dormir. Cuando se cruza con Olivier, el inglés le pregunta qué le sucede. Y Hoffman empieza a explicarle cómo, para meterse en la piel de otro, un actor tiene que vivir y sentir lo mismo que su personaje. Si no come, no se come. Si no duerme, no se duerme. Si no se lava, no se lava uno en varios días. Laurence Olivier le toma del brazo, con un gesto horrorizado, y le pregunta: «Querido muchacho, ¿por qué no actúa?». El viejo intérprete sabía que entre él y el personaje había una distancia de seguridad. Dustin Hoffman, no. Laurence Olivier es el viejo mundo. Dustin Hoffman, el nuevo. En el primero no existía la tiranía de los sentimientos. En el segundo, éstos son los dueños del universo.

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