Italia
Todo. No hay nada que no me guste de Italia. Tengo una fotografía de Arrigo Cipriani, la legendaria figura de 91 años detrás del icónico Harry’s Bar, dirigiendo sin esfuerzo su Riva (esa lancha que acumula toda la belleza posible) por los canales de Venecia. Lleva una camisa turquesa, unos pantalones baige y una corbata imposible, pero como Agnelli o Mastroianni o Ecco o Calvino, su elegancia es atemporal y su refinamiento inigualable. Lo vi una vez, hace muchos años, y saludaba a los gondolieri como si fueran sus primos. A cada uno su nombre, su apodo, su broma, su ironía. Los gondolieri le respondían en dialecto del venetto con frases seguramente subidas de tono. En el Harry’s Bar me tomé un Bellini. Obvio. No vamos tampoco a engañarnos. El Bellini es uno de los cócteles más famosos. Todo empezó en 1948 cuando Giuseppi Cipriani, dueño del Harry’s Bar, lo inventó en honor del pintor veneciano Giovanni Bellini. La receta original es mezclar una parte de zumo de melocotón con dos partes de Prosecco (un vino blanco gaseoso) frío. ¿Por qué tomarlo en Harry’s Bar? Pues porque aquí es donde surgió esta bebida y también lo degustaron Charles Chaplin, Orson Wells, Truman Capote y como no, Ernest Hemingway. Estoy leyendo a Antonio Scurati y su inmensa obra sobre el fascismo y Mussolini. Libros recomendables casi obligatorios. Mi amor por ese país es infinito.