Isabel Allende

Hoy en el tren, regresando de Barcelona, una madre y una hija. Las dos llevan la misma diadema con lazo. La madre en negro y la hija en blanco. La madre lee a Isabel Allende. La hija escribe en su diario infantil lleno de dibujos en colores. El padre sentado a mi lado escucha el partido entre Inglaterra y Suiza. Lleva unos discretos auriculares y gafas de sol, pero los ojos fijos en la pantalla. Como yo. La madre lee concentrada y asiente con su cabeza alguna de las afirmaciones del libro de Allende. La niña, de vez en cuando, mira por la ventana, pero en realidad no le interesa el paisaje (tampoco la culpo). Se mira a sí misma mirando por la ventana. De vez en cuando la madre lee en voz alta un pasaje del libro al padre. Él hace como que le importa, pero en realidad él y yo seguimos el partido en su móvil. Los dos con discreción. Él porque no quiere que su familia sienta su ausencia futbolística y yo porque sencillamente no se miran los móviles ajenos, aunque juegue Inglaterra. Algo en el libro hace reír a la madre y la hija le muestra al padre sus escritos. El diario infantil, ese universo íntimo y ajeno a todo. Inglaterra ha marcado su último penalti. La madre acaricia la mano de su hija. Acabo de asistir a una epifanía.

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