Historias

En Europa, con sus heridas aún a medio cerrar, sus agujeros negros, los conflictos latentes, los sangrantes, los desplazamientos de personas, la llegada de nuevas formas de entender el mundo, de nuevos relatos míticos (llámenle religiones si prefieren), con tanta gente borrada de la faz de la tierra (les recuerdo un ejemplo, en Salónica en 1944 en dos días, los alemanes desplazaron 45.000 judíos sefardíes a Auswitzch. Regresaron 1300), encontrar un archivo familiar bien conservado constituye una rareza. Los bienes heredados, esas vajillas que eran la acumulación de dotes que pasaban de madres a hijas, los objetos que eran de una tía excéntrica, los libros, las fotos, las cartas, la cristalería. Los trapos, las sábanas, los pañuelos con inicial bordada. Ya nadie se preocupa por esas cosas, ya nadie piensa que sean importantes. Por eso los ejercicios de aproximación y comprensión de pasado recuerdan los juegos infantiles en los que uno es requerido contar una historia a partir de una imagen. Es más sencillo datar el diente de un Dinosaurio, o las pinturas de una caverna que poder explicar el pasado más reciente. El Carbono 14 es infalible. La memoria que se agarra a una fotografía, a un trozo de carta, a una entrada de teatro, no lo es. Y la memoria del futuro se las verá con mails, registros en las redes sociales y manipulaciones varias. Contar la Historia será casi imposible.

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