Herbarios

He comprado un herbario para un bichito de cuatro años y medio. Su abuelo recuperó el suyo de cuando tenía unos 10 hace poco y lo exhibe en la biblioteca como si fuera un incunable. Las hojas y flores aguantan bien el paso del tiempo deshidratadas como las momias. Es un ejercicio de lucha feroz contra el tiempo. Recuerdo el mío porque algunas de las hojas las recogía del suelo, no quedaba otra, y las secábamos entre hojas de periódico. Ahora, el que he comprado para mi nieta, viene con papel japonés absorbente. Ese herbario espero que forme parte de su cápsula del tiempo y que ella lo proteja contra la abundancia de cosas que ahora es uno de nuestros males más comunes. Demasiadas. Stuff, dicen los ingleses; truc, los franceses; roba, los italianos. En mi cápsula del tiempo resisten un gorro amarillo de lana que me hizo mi madre, mi primer JapanRailPass, una pequeña estatua de marfil que le regalaron a un amigo en Angola en los años sesenta y la agenda de mi abuela (de esas que regalaba CaixaTarragona por Navidad). Añadiría una rama de romero, una foto de Formentera en verano en el chiringuito con un mojito (odio los mojitos pero no en Formentera) y seguramente mi bufanda pashmina que me pongo a finales de octubre y me quito a inicios de mayo. Mi herbario no sobrevivió el paso del tiempo. Ahora que me dispongo a hacer uno de nuevo, lo que daría por recuperarlo.

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