Generación Nadia

Simone Biles, Nadia Comaneci, Olga Korbut, las demás, todas ellas con su moño bien apretado, su maquillaje a prueba de sudor, sus mallots coloridos. Hoy en París, ayer en Montreal. Muchos somos de la generación Comaneci. Años de intentar piruetas en el salón de casa. Recordemos estos nombres. Repitámoslos de vez en cuando, porque nosotros nos ocuparemos de otras cosas. Ellas no. Ellas continuarán entrenando ocho horas al día todos los días, lejos de las familias, los amores y de casa, con una dieta estricta, a la cama después de la cena. Ningún otro objetivo que ese 10. ¿Como todos los atletas? Casi. Como muchos, pero las gimnastas están llamadas a un rigor y a una disciplina monástica que desde niñas las entrena y a veces nos las devuelve como campeonas olímpicas. En algunos casos, aún menores de edad. Un precio altísimo, valió la pena – dicen todas. No, no todas. Simone Biles abrió la caja de los truenos. Abusos. Depresión. Luego llega la medalla olímpica y todo se olvida. Pero no, no del todo. Porque es fácil alegrarse de los éxitos y olvidar el esfuerzo que se realiza. Sobre todo, es incorrecto, se corre el riesgo de ocultar a las jóvenes espectadoras que podrían querer emularlas, el precio que cuesta.

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