Ferragosto

En italiano todo suena mejor. Todo sabe mejor. Todo huele mejor. Incluso tienen una forma impecable para referirse al peor día del año: el 15 de agosto (ya van unas cuantas columnas donde queda evidenciado mi odio a este mes de marras). Natalia Ginzburg, seguramente una de las escritoras europeas más interesantes del siglo XX, decía que cuando llegaba el verano, le asaltaba la melancolía y la angustia, algo que –he descubierto– muchos otros también sienten, y yo experimento de forma aguda. De hecho, hojeando el valioso archivo histórico del diario de Turín, La Stampa, aparece un bonito artículo con fecha del 22 de agosto de 1971, con un título aún más categórico, Odio el verano, y con un inicio contundente: «Odio el verano. Odio el mes de agosto hasta el día de la Asunción (ayer). Pasado el día de la Asunción, me parece salir de una pesadilla. Me parece que todo lentamente mejora para mí». Yo aún no siento la mejora. Contemplo el cielo esperando que lleguen las horas azules marino que anuncian ya el otoño. La oscuridad y el frío. Que el día sea corto y las noches largas. A veces me pregunto si no seré una inuit extraviada, o una mapuche, o una nenet de Siberia. Odio el verano.

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