Energúmenos

Insultar nunca fue tan sencillo. Nunca hubo tantos lugares donde exponer las calumnias, las amenazas, los rumores malignos. Ni lo exponencial de su transmisión que ya quisiera para sí el virus de todas las gripes. Velocidad de la luz adquieren algunos cuando profieren sus juicios. Te explotan en la cara y te devuelven a una realidad áspera y brusca. En X, antes Twitter, en un WhatsApp, en cualquier mensaje, son como estallidos controlados, una energía que se desata en pocos caracteres. Siempre son eso, con sus faltas de ortografía y su jaque mate final. Sus emoticonos en rojo, sus cortes de brazo. Corren como la pólvora, aunque la pólvora sólo corre si alguien la enciende. Eso es el energúmeno –maravillosa palabra–, el que enciende mechas a cada paso, el que inicia conversaciones que se irán calentando hasta degenerar en un absurdo. Es imposible defenderse. Pero es un odio que no es culpa de nadie. Es el sistema. Es el teléfono que todo lo permite. Es un odio ambiental. Ese odio también lo reciben los periodistas, incluso los de este Diari, sencillamente por exponer sus opiniones informadas (si no son informadas no son opinión, son otra cosa). Energúmeno es quien encendió la mecha.