ARN
Si volviese a nacer, no lo creo, pero nunca se sabe (soy devota de todas las divinidades optimistas, no quisiera cerrarle ninguna puerta con mi pesado escepticismo), si volviera a nacer, decía, no me gustaría renacer como mariposa o nube. Me gustaría renacer como neurocientífica, algo que ciertamente se logra con estudio, pasión y esfuerzo. Me gustaría renacer con la actitud y las posibilidades de estudiar cómo funciona el cerebro, cuáles son los mecanismos que determinan la vida y la identidad de los individuos. Entenderlos desde dentro, no desde fuera. En vista de esta posible nueva vida imaginaria e hipotética, ayer me dediqué con esmero a descifrar lo que han descubierto los dos nuevos premios Nobel de Medicina. No entendí mucho, como de costumbre, pero más o menos comprendí que se trata de estos microARN que contribuyen a escribir, a codificar el ADN de cada uno, definiendo así quiénes somos. No puedo imaginarme nada más interesante. Miro el perfil de uno de los galardonados: Victor Ambros. Es hijo de un refugiado de guerra polaco, padre de ocho hijos, a los cuales proveía de techo y comida en Estados Unidos, trabajando en un establo de New Hampshire. Es como si cuanto menos suerte y recursos hayas tenido en la infancia, más probable es que ganes un Nobel. Ayer ví el documental sobre Picasso. Me pregunto qué ARN tuvo Pablo. Y de paso por qué él y no otro.