Ansiedad
Hay épocas en las que me siento una extraña en mi cuerpo. Me ocurre cuando evito algún problema y se descontrola mi ansiedad. Para quien tenga la suerte de no estar familiarizado con este sentimiento, lo describiría como un gusano que vive siempre en el estómago, que a veces es pequeño y que produce solo un leve cosquilleo y otras crece y crece como una tenia hasta apoderarse de una, colonizando nuestro apetito, nuestro cerebro y empujándonos a la procrastinación. Otoño no suele ser proclive a las ansiedades, pero, a veces, el entorno se vuelve loco y empiezas a sentir el agobio preliminar. Ese es el momento de tomar decisiones: cortar por lo sano, salir de ese lugar, de ese momento. La ansiedad es buena porque te obliga a reaccionar. A reconocerte. A mirarte al espejo. A explorar tus limites. A no dejarte pisotear ni humillar. Pienso en la necesidad que tenemos de tocarnos, de saber dónde empezamos y terminamos para saber quiénes somos. Igual que los bebés se arriman al borde de su cuna para conocer los límites de su cuerpo o nos pegamos a nuestras parejas en mitad de la noche cuando compartimos cama. Igual ese es el primer paso. Pero también están los amigos, los que te escuchan, un buen té, una buena música y recordar que todo pasa. Le pasa al rico y al pobre. Todos acabaremos en el mismo sitio. No deja de haber justicia en el universo.