Akenatón

El desasosiego me empuja a hacer las cosas más tontas: mirar episodios antiguos de Sex and the city, todas las películas de Miyazaki en bucle (ahora me ha dado por Porco Rosso y no puedo parar) comer torreznos, ganchitos (en particular los gusanitos que saben a nada) coser botones que bailan, aprender japonés. Cuando no puedo dormir me da por meterme en la web del Met y mirar obras no expuestas. Obras que duermen el sueño de los justos en un almacén, castigadas cara a la pared. Por ejemplo un bajorrelieve de hace 3300 años en los aparece el faraón Akenatón (el padre de Tutankamón) pillando por banda a un pato para ofrecérselo al dios Sol. Me fijo en el pato, me obsesiona el pato panza arriba. Sigue vivo —los ojillos alarmados lo delatan— pero adivina el percal. Pato, has de saber que 3300 años después pienso en ti y estoy contigo. ¿Pensará alguien en nosotros dentro de 3300 años? A veces me pregunto si mis huesos serán estudiados como los que se encuentran en Tarragona cada vez que alguien hace un agujero. ¿Qué tipo de posteridad nos espera?. Ninguna. Solo me queda mi vida cotidiana, cumplir con mis deberes, ir más a menudo a Francia. Convivir con la rutina. Escribir esta columna es un gozo diario. Es como lanzar un mensaje dentro de una botella. La matemática me dice que no lo va a encontrar nadie. La realidad me dice que siempre hay alguien al otro lado.

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