Abraracúrcix

A los que dicen: el verano es caluroso y el otoño lluvioso, hay que decirles que lo de ahora no es lluvia. Es el cielo abierto sobre nuestras cabezas. La pesadilla de Abraracúrcix hecha realidad. A los que dicen: las tragedias son imprevisibles, siempre ha sido así, qué tiene que ver el cambio climático, no es culpa del hombre, qué tontería, es así y no hay nada que hacer, ningún gobierno, ninguna política puede cambiar las cosas, las cosas son como son, habría que perseguirles como a los romanos, mamporro de vez en cuando. Francia no para de inundarse estos últimos años. Los cauces de los ríos se han roto, las casas se han inundado, las fábricas se han inundado, los lugares de trabajo se han inundado, han muerto personas. Tampoco hay recetas ni lecciones que dar. Quizás volver a leer a Astérix y Obélix. El jefe de la irreductible aldea gala, Abraracúrcix, solo le teme a una cosa. Que el cielo le caiga sobre su cabeza. Un miedo irracional, infundado y sin sentido pero capaz de inquietar al jefe de un pueblo que atesora una poción mágica que los hace invencibles. Contradicciones del ser humano. O no. Quizás supervivencia: tenemos miedo para sobrevivir. El jefe galo, eso sí, se tranquiliza diciendo: «Pero eso no va a ocurrir mañana». Y acto seguido le mete un mamporro a un romano.

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