Violencia en el fútbol
La aparición, horas antes del partido de Copa entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid, de un muñeco con la camiseta de Vinicius colgado por el cuello con una soga en un puente donde una pancarta rezaba ‘Madrid odia al Real’ es un ejemplo –inadmisible y deleznable– más de la sinrazón y el fanatismo que se han apoderado de buena parte del fútbol.
Sí, los estadios son testigos día sí y día también de manifestaciones y escenas cargadas de odio y violencia, verbal y, en muchas ocasiones, física, fruto de un hooliganismo que no entiende que el fútbol se puede vivir con más o menos pasión, pero siempre respetando a los jugadores, al adversario y a todas las aficiones.
Que haya clubes que prohíban en zonas de su campo a un hincha rival llevar la camiseta de su equipo, dando por supuesto que es una especie de provocación, es un síntoma preocupante de un problema que hay que abordar sin más dilación. Afortunadamente, y como no podía ser de otra manera, el Atlético de Madrid y todos los estamentos del fútbol se apresuraron a condenar sin paliativos el acto de odio y racismo contra Vinicius. Ojalá lo hicieran siempre todos los clubes con todos los casos de violencia.
Porque ellos son los encargados de garantizar que un padre pueda llevar a su hijo o hija al fútbol sin exponer sus oídos a los más soeces insultos ni sentir que pone en peligro a sus pequeños. El deporte es, sobre todo, respeto. Y quien no lo entienda no tiene cabida en un estadio. Ni en la sociedad.