La pena de ser ciego en Granada

Decía el poeta mexicano Francisco de Icaza que «no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada». Quien haya visitado esta maravillosa ciudad entenderá a la perfección el sentido de esos versos. Bien, pues tres jóvenes de esa ciudad se propusieron comprobar tan grande pena y han vivido durante 120 horas como ciegos. Durante esas cinco jornadas han documentado cómo es el día a día de un ciego, con actividades de nieve, playa y puestas de sol frente a la Alhambra desde el emblemático mirador de San Nicolás. Los tres veinteañeros experimentaron cómo los gestos más habituales, como beber agua, moverse por la ciudad o apagar el despertador del móvil, se convertían en una auténtica hazaña. Nada como ponerse en el lugar del otro para comprender y valorar su realidad. Los jóvenes no estuvieron solos; como su objetivo era empatizar con las personas ciegas, se dejaron acompañar por una joven que empezó a tener problemas de visión de adolescente y se quedó ciega con 26 años, y con un músico también invidente desde los nueve años que dio con ellos el salto de hacer puenting. También fueron a la playa con Gonzalo, un niño de diez años ciego de nacimiento que sueña con ser disjóquey. No dudo de que estos tres chavales habrán aprendido mucho de la experiencia ni de que, una vez quitada la venda de los ojos –en el sentido literal, pero también en el figurativo, pues estoy convencido de que han sido muchos los prejuicios que se les han venido abajo–, sabrán ahora apreciar esas cosas que damos por naturales y que, sin embargo, son un sueño imposible para muchas personas –en el mundo hay 36 millones de invidentes–. Sí, seguro que ahora miran su Granada con otros ojos y la ven mucho más bonita, todavía.

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