Sin luz en la oscuridad
Hace poco, una noche iba en coche por la calle y en la acera vi pasar un chico invidente con su bastón blanco. No se veía a nadie más por ningún lado. Yo estaba parada en el semáforo rojo, y al mirarle lo primero que me vino a la cabeza fue... No ve y va solo de noche por la calle. Me vino eso y la sensación que te hace a veces la barriga. E inminentemente, tal cual lo estaba pensando, otro pensamiento se adueñó de mí. Para él siempre es de noche. Y ahí las tripas se revolvieron más.
Sé que insisto siempre en que vale más lo que sí que lo que no. El tópico que conocemos todos de que no valoras algo hasta que lo pierdes me parece de las palabras más tristes que se pueden decir en la vida.
Varias teorías se hacen eco de la evolución de la especie humana, desde que Dios creó al hombre y después a las mujeres a partir de la costilla de Adán, a la de Darwin, Mendel o Lamarck, entre otras, pero yo a veces pienso que debemos estar cruzados con alguna especie de robot, porque me cuesta entender que vivamos tan a piñón. Tan dentro de la rueda de hámster dando vueltas sin parar, pasando horas, días, meses y años, siguiendo la dirección marcada tal vez por instinto, por miedo o por no buscar otras opciones.
Si estás leyendo este artículo, es porque tienes la misma suerte que yo, la de poder ver, sea con gafas, lentillas, o tal vez sin ningún tipo de ayuda. Hay personas que desde niños han tenido que utilizar algún elemento de los anteriores para poder ver, y otros lo han tenido que incorporar a sus vidas de más mayores. Pero... ¿qué hacemos con la presbicia? Probablemente conozcas a alguien que se resiste a utilizar gafas cuando llega ese momento de la vida. Porque ahí no te están diciendo sólo que tienes algo en tus ojos, te llega junto al mensaje de que te haces mayor. Y eso es harina de otro costal.
Ya he comentado alguna vez que me gusta con los niños en clase hacer rondas con diferentes preguntas, a las que ellos pueden responder o si lo prefieren no lo hacen, pero cuando la pregunta es: ¿y tú por qué das gracias? ahí siempre hay respuesta por parte de todos. Ojalá fuéramos más conscientes de lo que tenemos cada día para poder dar las gracias. Porque aunque hayas tenido un día terrible, estoy segura que mínimo hay una cosa por la que dar las gracias. Seguramente algo de eso que como siempre lo tienes ahí, ni lo valoras ni lo agradeces.
Las personas con discapacidad visual le dan fuerza a otros sentidos, y a otras maneras para afrontar la vida. Ellos no se centran en lo que no pueden hacer, sino en lo que sí pueden. Tal vez deberíamos aprender un poco de eso.
Y los que sí tenemos el don de la vista, tal vez deberíamos dar más veces las gracias. Por poder ver el cielo azul, o las formas que tienen las nubes, por ver a un ser querido que se va en el tren y decirle adiós mientras la distancia visual te lo permite, por ver el balón suspendido en el aire en un partido de baloncesto, y saber si acaba en acierto o no, y por tantas y tantas cosas.
Aunque para mí el mayor tesoro es que podemos ver además de mirar. Porque hay momentos que seguimos mirando, pero no vemos. Y esa es otra forma de vivir en la oscuridad.