Retiradas y consecuencias

«Cuando uno deja de ser útil, tiene que saber retirarse». Así de contundente se mostró Pablo Iglesias, entonces secretario general de Podemos, tras los desastrosos resultados de mayo de 2021 que revalidaron la victoria de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. Su opción, Unidas Podemos, quedó en precaria situación a pesar de que Iglesias abrió la candidatura y la izquierda que no quería ligarse a él se presentó dividida. Iglesias acababa de abandonar la vicepresidencia del Gobierno de coalición y la dirección de Podemos después de haber sembrado el caos y forzado la marcha de algunos discrepantes de su propia formación como Luis Alegre, Carolina Bescansa o Iñigo Errejón.

Pero la realidad es que se resiste a dar un paso atrás. Tras la entrevista de Jordi Évole, en La Sexta, a Yolanda Díaz, no evitó expresar su disgusto. En una carta dirigida al presentador publicada en CTXT, se revolvía aún con ese tono displicente del tipo de, a mí esto no me afecta. «¿Me dolieron las críticas? Estoy acostumbrado a llevarme siempre muchas hostias, a que me digan autoritario y machista y a que me digan que me calle de una vez. (...) Lo que no termino de entender es en qué ayuda todo esto ahora a construir la unidad electoral», dijo.

Curiosa esta reflexión sobre la unidad entre Sumar y UP cuando, desde fuera, da la impresión de que Podemos ha actuado con arrogancia en su negociación con los de Yolanda Díaz, casi perdonando la vida (ahí están todos los intentos de negociación/imposición sobre unas presuntas primarias). Sin darse cuenta de que la fuerza de Sumar está en el alejamiento de la prepotencia de los de Iglesias. La última encuesta del CIS lo acaba de dejar claro, con un 10,6% de intención de voto para Sumar, frente al 6,7% para Podemos. Eso es lo que hay.

Parece que lo sensato sería que Iglesias dejara correr los nuevos tiempos y los nuevos líderes sin imponer su presencia, sin emular a algunos políticos socialistas que siguen criticando abiertamente al PSOE, y en especial a Pedro Sánchez, entrando como caballos en cacharrería.

Iglesias pretende seguir siendo protagonista sin pensar en lo que se pueda llevar por delante. Eso se llama egoísmo político. También hay otros egoístas. No tanto por su afán de reconocimiento, sino por su deseo de conseguir el propio disfrute sin importar demasiado las consecuencias.

Pienso en el rey emérito que se ha presentado de nuevo para participar en las regatas de Sanxenxo, aunque obtener su satisfacción pueda perturbar la imagen de la Corona que su hijo se esfuerza en barnizar de dignidad. A veces personajes tan dispares tienen más en común de lo que ellos mismos nunca imaginaron.

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