El impuesto de todos los pobres
Suele decirse que la inflación es el impuesto de todos los pobres. La inflación, que es el problema económico más grave en España y en casi todo el mundo, tiene muchas otras implicaciones, pero sí es un impuesto. Por otra parte, lo que no es cierto es que sea el impuesto de todos los pobres en exclusiva por dos motivos. De una parte, porque la inflación es universal. Cuando en general los precios suben, y eso es la inflación, entonces lo que ocurre es que disminuye la capacidad de compra de una moneda, que cumple peor su función. Y esta afecta a todos los que utilizan la moneda, es decir, a todo el sistema económico. Lo que sí es cierto es que los pobres sufren más con la inflación, pero por su carácter de impuesto.
La razón fundamental por la que la inflación es un impuesto, como señalaba Keynes, es que casi todos los impuestos tienen bases monetarias, por lo que el Estado recauda más por el aumento de las bases imponibles. Hay una excepción que son los impuestos especiales, como los alcoholes o las gasolinas. Aquí, como se tributa en función de litros de alcohol o de gasolina, Hacienda recauda menos en términos reales por cada litro que se vende. El del tabaco es un impuesto mixto, y precisamente por eso ha sido el porcentaje que se cobra sobre el precio lo que ha hecho que la recaudación no se haya resentido excesivamente, y con ella, por cierto, los objetivos sanitarios del impuesto.
El IVA no es el impuesto que más sube con la inflación, pero sí el que lo hace más rápido. El aumento de precios supone un incremento inmediato de la recaudación de este impuesto. En el caso del IRPF, este traslado no es tan inmediato, ya que hay que esperar a que los salarios y pensiones recojan el incremento de precios, es decir, a la segunda ronda inflacionaria. Sin embargo, aquí, como el impuesto es progresivo, se acaban pagando más impuestos con una renta anual inferior. Este efecto se conoce como progresividad en frío, y se suele asociar al desplazamiento de tramos. Sin embargo, no hace falta que la renta de un contribuyente suba de tramo, incluso aunque no sea así, un incremento nominal de la renta aumenta más que proporcionalmente la cuantía a pagar.
Hay un segundo efecto más sutil, y es que, con inflación, las deudas se reducen. Como el principal deudor en nuestra sociedad es el propio Estado, siempre que la deuda pública no esté indiciada a la inflación, ni emitida en otra moneda que no se deprecie, la carga de la deuda pública disminuye en términos reales. Casi toda la deuda pública española, como la de muchos países desarrollados, cumple estos requisitos, con lo que parte de la caída del endeudamiento público sobre el PIB se explica por la inflación. De alguna forma, la inflación es un ‘impuesto’ que acaba recayendo en los acreedores y beneficiando a los deudores, encabezados por el propio Estado.
La razón de que los pobres se hagan más pobres con la inflación, lo que es cierto, tiene poco que ver con los impuestos. En general, la inflación provoca empobrecimiento por el peor funcionamiento de todo el sistema económico, cuando se deteriora el instrumento de intercambio que es la moneda. Por otra parte, cuando la inflación proviene del exterior, el país en su conjunto se empobrece. Así, cuando se sufre un shock energético externo, como el que sufrimos en la actual crisis energética, entonces se produce una transferencia de renta desde los países consumidores de gas y petróleo hacia los productores. Esto, simplemente no hay forma de evitarlo y un pacto de rentas, en el fondo, es repartir este empobrecimiento para evitar que, además, genere efectos de segunda ronda y más inflación y empobrecimiento aún.