El gobierno de la Esperanza, del José y del Eloi

En estas últimas semanas he realizado numerosas entrevistas en las que, de una forma u otra, empiezan siempre con la misma pregunta: «y usted, ¿porque quiere ser alcalde?» -de hecho una periodista, fuera de micro, fue más explícita- «¿y tú, que tienes trabajo e hijas pequeñas, porque te metes en esto?».

Me lo preguntan tanto que he querido compartir la respuesta con vosotros y vosotras. Sí, es importante porque el factor humano –que diría John Carlin- es esencial también en la política.

Que, ¿por qué me meto en esto? Porque he conocido a «la Espe», como se denomina ella misma. Esperanza, unos treinta y tantos años, trabajadora del servicio de limpieza.

Ella me explicaba hace unos días que cuando el Gobierno del PP aprobó la reforma laboral de 2012 (atención a aquellos que dicen que no hay diferencia entre la izquierda y la derecha) aumentó la externalización de su actividad. Es decir, bajaron los sueldos reales de las trabajadoras para hacer el mismo trabajo y aumentaron las contrataciones temporales y en precario.

«Cuando llegaba de trabajar tenía que hacer ejercicios con uno de mis hijos que tiene un problema de dislexia pero a veces estaba tan cansada que me quedaba dormida.» Mientras me dice esto se masajea las manos y los brazos con una crema. «Es para el dolor muscular», me aclara cuando observa que la miro. Y pienso entonces en el cansancio que se debe arrastrar cuando «curras» ocho-diez-doce horas al día limpiando edificios y pisos particulares...

Esperanza interrumpe mi reflexión para añadir «dile al presidente que siga subiendo el salario mínimo, que siga, dile que siga» (atención a aquellos que dicen que no hay diferencia entre la izquierda y la derecha). Luego me da las gracias «por haberla escuchado», se levanta y se va.

Que, ¿por qué me meto esto? Porque me he reunido con el José, un comerciante de toda la vida de Tarragona. Mientras hablaba a la puerta de su negocio trataba de frotar y de sacar con el pie lo que parecían restos de excrementos de paloma incrustados en la vía pública. «Lo que pasa en esta ciudad con la limpieza es grave», me decía.

José también me explicaba la necesidad de aumentar los conocimientos que tiene «en comercio digital» y las dificultades que encuentra para lograrlo en la administración pública. Dejo a parte el capítulo de trámites, trabas, expedientes, papeles burocráticos, etcétera que se encuentra, más propio del famoso «vuelva usted mañana». Mejor lo dejo, sí.

Que, ¿por qué me meto es esto? Porque tengo delante de mí el meme que me envió el Eloi, un joven tarraconense licenciado universitario que hacía parodia de la falta de perspectivas de encontrar trabajo que tiene.

«¿Es que debo irme de mi ciudad para poder trabajar en lo que he estudiado?», añadía. Frustración, cansancio, «cabreo», son los sustantivos que más utilizaba para hablar de él y de los jóvenes como él. ¿Una generación de jóvenes condenada a la precariedad? Le suena el teléfono, «te dejo, a ver si hay suerte y me llaman de la ETT», y se va.

Añado, en varias de estas conversaciones a pie de calle mis interlocutores empiezan enfatizando «dile al Ballesteros que...». Han pasado casi cuatro años y una buena parte de nuestros conciudadanos no saben ni cómo se llama el alcalde actual. No es que digan si lo hace bien o mal, es que no saben quién es. En fin...

Concluyo, que ¿por qué me meto en esto? Porque quiero que la Esperanza, el José y el Eloy vivan mejor, porque creo que el ayuntamiento de Tarragona cuenta con los medios económicos y humanos para lograrlo y porque, como ellos y ellas, yo sé lo que es «currártelo» desde la calle y que algunos te miren por encima del hombro. No es que me lo hayan explicado o lo haya leído, es que lo he sufrido.

Algún/algunos pueden pensar que lo que acabo de decir es un argumento pueril y tal pero os aseguro que es exactamente lo que siento. Y si obtengo vuestra confianza el día que asuma la vara de alcalde la Espe, el José y el Eloi –así como todos vosotras y vosotros- entraréis conmigo al ayuntamiento de la Plaça de la Font. Y los que me conocen saben que lo que acabo de decir no es una metáfora. No, no lo es. Palabra.

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