Decadencia de la democracia

Apenas una tercera parte de la humanidad disfruta los derechos ciudadanos que aporta la democracia y otros que apenas la exhiben para la galería y viven sometidos a una democracia ficticia

Sospecho que este titular alegrará a algunos del mismo modo que nos inquieta a la mayoría de los defensores de las libertades, tanto en la política como en la vida cotidiana. Cuando tres décadas atrás nos empezamos ya a olvidar del nazismo, el fascismo y en España y Portugal del franquismo y el salazarismo, cuando cayó URSS y dieciséis países sometidos a la dictadura del comunismo, el optimismo mundial puesto en una democracia que aportaba, además de libertades, paz y progreso, la esperanza no tardó en empezar a frustrarse.

Apenas una tercera parte de la humanidad disfruta los derechos ciudadanos que aporta la democracia y otros que apenas la exhiben para la galería y viven sometidos a una democracia ficticia con gobiernos que recurren a subterfugios para seguir detentando el poder absoluto. En nuestro ámbito cultural hispano estamos asistiendo al hundimiento de una democracia consolidada como la venezolana en manos de unos dirigentes insolventes y corruptos. Todo por no hablar de Nicaragua, donde los que derribaron en nombre de la libertad el somocismo están imponiendo un régimen totalitario donde las cárceles rebosan y hasta se priva de su nacionalidad a los que discrepan. Oficialmente todavía hay cinco países comunistas y, por lo tanto, dictatoriales, China, Corea del Norte, Vietnam, Laos y, por supuesto, Cuba, que ha condenado a la sumisión de la farsa revolucionaria a decenas de generaciones sin perspectivas de liberación. Sin olvidar a otros caucásicos e incluso europeos como Bielorrusia.

Apenas un quinquenio atrás, las prematuramente bautizadas primaveras árabes crearon la ilusión de que todo el sur del Mediterráneo se sumara a los ejemplos democráticos de la otra orilla. Fue una esperanza fugaz. En el intento fueron cambiando de manos los poderes, pero no de régimen. En África, apenas Sudáfrica comparte democracia junto a otros países de estabilidad precaria y déspotas que controlan su eternización en el poder medieval como Obiang, el de Guinea Ecuatorial, convertido en el decano de los dictadores con 43 años fingiendo elecciones. Otros como Mali o Burkina Faso van cayendo bajo dictaduras indirectas de los yihadistas o fanáticos como Irán o las ambiciones de Rusia o China.

Con todo, para los europeos, el reducto democrático más firme, la mayor preocupación política sea la proliferación de partidos de extrema derecha que empiezan a infiltrarse y a condicionar a los gobiernos con sus exigencias antidemocráticas, un peligro que se acentúa con las reivindicaciones que crean los partidos de extrema izquierda y estigmas revolucionarios que dividen y enfrentan a la sociedad.

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