¿Vivimos en los nuevos trópicos?
¿Cuántos años hace que hablamos del cambio climático? Ya ni siquiera recuerdo el momento en el que este término apareció en nuestras vidas. El clima ideal de las últimas décadas se va alejando de nosotros para acercarnos a los extremos.
Meses de sequía sin cesar y, de repente, una lluvia torrencial que convierte nuestras calles en enormes rieras. Así, sin más. De sopetón parece que se nos acaba el mundo entre rayos y truenos y el día siguiente amanece con un sol espectacular y un calor veraniego. Lo hemos vivido este fin de semana, sin ir más lejos. Cambios de rumbo constantes.
Perdonen por el término, sé que les recordará a aquellos momentos de la desescalada tras lo más duro de la pandemia, pero parece que esta es nuestra nueva normalidad. Nos estamos convirtiendo en los nuevos trópicos, dicen los expertos, víctimas de un cambio climático que tiene altibajos pero que nos acecha constantemente.
Los veranos son insoportables, calurosísimos y larguísimos y los eternos periodos sin llover desembocan de vez en cuando en el gran diluvio que no es la solución a nada.
Además, nuestras ciudades no están preparadas para ello, y mucho menos nuestros cultivos. Los viñedos sufren, los olivos sobreviven cómo pueden y los árboles frutales aguantan como campeones, mientras la fruta seca vive en su eterna crisis, lejos de hallarse la solución definitiva.
Y no solo eso, sino que ahora parece que también notamos el omnipresente cambio climático en los aviones. Las turbulencias se han disparado y cada vez son más frecuentes en los vuelos a su paso por nuestra zona. Pues parece que todo ello responde a lo mismo: al omnipresente cambio climático.