El pequeño comercio y sus retos de futuro

Lo confieso. Me gusta ir de compras. Pasear por mi ciudad viendo los escaparates de mis tiendas favoritas y, de vez en cuando, regalarme ropa, elementos de decoración, cosmética, pararme a tomar algo... Quizás soy víctima del consumismo, pero tampoco hacemos daño a nadie si cedemos a estos pequeños placeres de la vida.

Hará veinte años tenía tendencia a moverme por las grandes cadenas y con el tiempo una se da cuenta del valor real del pequeño comercio y de su capacidad de ofrecer productos exclusivos, de una enorme calidad, con un trato personalizado.

Sin renunciar a un modelo ni a otro, ambos tienen su lugar en nuestra sociedad del consumo, han aprendido a convivir y cada uno potencia sus puntos fuertes, manteniendo más o menos equilibrado su nicho de mercado y su razón de ser. Aun así, el pequeño propietario lo tiene verdaderamente difícil, con unos alquileres prohibitivos, unos impuestos que no dejan de crecer y unos márgenes muy reducidos que tampoco pueden traducirse en un mayor incremento de precios porque supondría únicamente trasladar la presión a la ciudadanía y acabaría siendo contraproducente.

No es fácil hacer malabares en este sector tan complejo, pero lo que está claro es que los que están al frente del pequeño comercio y siguen allí contra viento y marea –obviamente muchos se quedan por el camino–, no se rinden ni dejan de innovar. Ahora son muchos los que están inmersos en el reto de la digitalización, un paso que ya han dado las grandes cadenas y que una tienda con pocos recursos tiene más difícil. Pero no hay otra.

Hay que formarse, rodearse de los mejores, pedir ayuda a las administraciones y moverse. Porque, aunque parezca una obviedad, hay que renovarse... o morir.

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