Begoña: mujer y señora doña
Desde más de 5.000 cuentas se lanzaron 12.000 tuits-retuits utilizando el término ‘Begoño’ asociado al nombre de Begoña Gómez
¡Hola vecinos! Una de las últimas bajezas enrabietadas de la ultraderecha ha sido la perversa difusión del bulo acerca de la identidad de género de Begoña Gómez, esposa del presidente del Gobierno de la Nación, Pedro Sánchez. Desde más de 5.000 cuentas de Twitter se lanzaron 12.000 tuits-retuits utilizando el término ‘Begoño’ asociado al nombre de Begoña Gómez. ¿A qué fin? os preguntaréis si sentís tendencia a interrogaros ustedes mismamente ante un hecho tan de carácter cavernícola. Para malmeter, ya os lo digo. Esa gente, la ultraderecha, ha venido al mundo para malmeter.
Begoña Gómez, siempre discreta y elegante, fue impecable en la parte que, de manera oficial, le correspondió entre los anfitriones principales de la reciente cumbre de la OTAN. Anfitriones principales que, por este orden, eran: la propia Organización del Tratado para el Atlántico Norte, el Estado español y el Gobierno de la Nación. Y eso debió poner de los nervios a la caverna conspiranoica. Un presidente de izquierda guaperas que habla inglés y una consorte que lo mismo. ¿Dónde se ha visto semejante modernez? ¡A por ellos!
A por ellos pero, sobre todo, a por ella. El bulo fue construido alrededor de un objetivo: esparcir la idea de que Begoña Gómez es –fue– Diego Gómez, de ahí el despectivo ‘Begoño’. Que se trata de una mujer transexual. Y que, por tanto, el presidente del Gobierno de España está casado con una especie aparte, un sindiós, un ente antinatura por mucho aspecto de bellezón de señora que tenga el ente antinatura en cuestión. ¿Será posible que no veamos que se trata de un señoro? Váyase, señor Sánchez, pervertido.
Los bulos van que vuelan y anidan en quienes los alimentan y que, al mismo tiempo, se alimentan de ellos. ¿Pero qué alimento es ese? volveríamos a preguntarnos las personas que aún mantenemos alguna capacidad de reflexión. Ya os lo digo también: veneno. Dame veneno que quiero morir, dame veneno, que antes prefiero la muerte que vivir contigo, dame veneno, ay, para morir, cantaban Los Chunguitos. Pues de eso se trata: de envenenar, empozoñar, envilecer. De preferir la muerte que vivir unos con otros, otras con unos, otras con otros, unas con otras, lo que sea. El bulo intoxica a quien lo recibe con indisimulado entusiasmo. Pero el creador de bulos no se libra de la intoxicación. Es el más chunguito de todos los chungos. Tarde o temprano se le acaba descubriendo el pastel. Aunque siempre quedará alguien agarrado a que la Tierra es plana, el cambio climático cosa de rojos, el 11M atentado de ETA o del PSOE, la vacuna contra la Covid un ‘chís’ para que nos controlen las Fuerzas del Mal, Trump el legítimo vencedor de las últimas elecciones en EEUU y Begoña Gómez, ‘Begoño’.
La gran pregunta que tendríamos que hacernos ante el bulo Begoño sería: ¿Y qué? ¿Qué nos debe afectar o incomodar la identidad de género de los seres humanos? ¿Qué nos creemos que somos? ¿Diosecillos de chichinabo? ¿El consejo general del poder judicial ése, más caducado que un yogur de Casper Cola? Harto me tiene tanta insolvencia moral, ética y mediática, que más parece que vivamos en un perpetuo Sálvame, soy un náufrago.
Las cuentas falsas y automatizadas que propagan bulos y retuitean cuentas de ultraderecha aquí y en buena parte del planeta –o sea, lo que se conoce como ‘bots’ en jerga informática– se vienen cebando en España –y esta vez en un medio francés que tiene la credibilidad a la altura de OkDiario–, se ceban, insisto, con la esposa del presidente. Miles de ‘bots’ propagaron que había sido excluida de su actividad docente en la Universidad Complutense de Madrid por el claustro de doctores y catedráticos. Bulo. Airearon luego la especie de un supuesto chantaje del gobierno de Marruecos a Pedro Sánchez por ‘la información que tiene acerca de los negocios de Begoña’. Bulo. Y, puestos a esparcir, ha estado circulando por Internet un escorzo de la foto con el estupendo vestido rojo que llevó la señora Gómez en la cena del Museo del Prado, en la que se aprecia un ‘fallo estilístico’ de primera magnitud ante la grandeza del momento: que le salía un poco de mollita a la altura como del omóplato. Bueno, bueno. Pase que la expulsen de la universidad, que tenga negocios en Marruecos o sea un travestí. Pero la mollita por la parte del omóplato alcanza otra dimensión: viste fatal. Y que se le junte todo: falta de titulación, negocios oscuros, ser un señoro y notársele la mollita, constituye motivo suficiente para un cambio del gobierno y que gobierne otra coalición, pero decente: Abascal, Bolsonaro, Le Pen, Salvini, Orbán y los diez mil hijos de Putin ofrecidos para luchar junto a Puigdemont por la república catalana y que, de haber venido, no estarían ahora asesinando a ucranianos, ucranianas y ucranianitos.
Eso, lo de los diez mil hijos de Putin, sí era verdad. Aunque ojalá hubiera sido un bulo.