El futuro

Y llegamos al día en el que el pasado se encuentra con el futuro en nuestro presente: 21 de octubre de 2015, el día en el que Marty McFly llegó al futuro desde el año 1985 a bordo de un DeLorean volador impulsado con basura. Que sí, que lo de la basura queda feo. Ahora le llaman valorización energética de residuos. La cosa es que treinta años después de Regreso al futuro (aunque técnicamente alguno menos, porque la segunda parte de la trilogía protagonizada por Michael J. Fox se estrenó en 1989), comprobamos que los coches ni levitan ni son más ecológicos (a pesar de los ingentes esfuerzos de Volkswagen por no arruinarnos ‘la magia de la Navidad’), y que los skates (y los skaters cuarentones vestidos de quinceañeros que no quieren regresar al futuro) siguen siendo tendencia, aunque nadie haya logrado aún hacerlos volar, más allá de algún memorable morrazo en la plaza hipster de turno.

La culpa de tanto error de cálculo es de Hill Valley. Si Robert Zemeckis y Steven Spielberg hubiesen hecho que, en lugar de pedirse una Pepsi Perfect en el café retro de los ochenta de Hill Valley, Marty McFly se hubiera deleitado con un café con leche en la Plaza Mayor de Madrid, cambiando el DeLorean por un AVE entre León y Palencia, hubieran acertado mucho más con la modernidad (y la descongestión viaria, sin parangón, que suponen estos trenes del futuro, de paso sea dicho, y no esos Cercanías y Regionales cochambrosos del siglo pasado). Pero lo que seguro que no hubiesen acertado, de ninguna manera, porque nadie es tan visionario como para imaginarse un progreso así, por muy burbujeantes que fueran los ochenta, es que estaríamos a punto, a puntito de verdad, de tener una futurista (y disruptiva) FP de Tauromaquia. Chúpate ésa, Spielberg.

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