Un año de guerra. Y la paz no se vislumbra
H oy se cumple un año de la guerra que Putin emprendió contra Ucrania, una invasión que dura más de los previsto por el Kremlin por la sorpresiva capacidad de resistencia ucraniana, en gran parte gracias al apoyo en forma de dinero y armas de los países occidentales, hasta el punto de que no sería exagerado suponer que han muerto tantos combatientes ucranianos como rusos. Aunque la peor parte la están sufriendo los civiles inermes, con un balance de 50.000 vidas arrebatadas, como poco. La agresión de Putin tuvo una inmediata respuesta por gran parte de la comunidad internacional en forma de vetos y sanciones, apoyo a Ucrania y una oleada de solidaridad que permitió acoger a miles de ciudadanos que huían del horror –siete millones de personas han abandonado el país–, muchos de los cuales recalaron en nuestra provincia, donde tratan de rehacer sus vidas con la mente puesta en su país y en todo lo que allí dejaron, incluidos padres, maridos e hijos.
El mundo entero sufre las consecuencias de la guerra, aunque la traslación de la ofensiva rusa a la economía occidental a través del encarecimiento de la energía y el corte de suministros tampoco logró las divisiones perseguidas en las sociedades desarrolladas. La UE parece en condiciones de sortear la recesión, mientras Rusia simula aguantar con un PIB menor que el de España y se dispone a invadir más territorios ucranianos como si empezase la guerra desde cero. Incluso ha vuelto a enarbolar la amenaza nuclear. El riesgo de que se cronifique el conflicto obliga al mundo entero a trabajar por la paz, una paz que exigiría la renuncia expresa de Rusia a expandirse a otros países. Además resulta imposible pasar página de lo ocurrido este año sin imputar crímenes de guerra y de lesa humanidad a quienes han masacrado sin piedad ni compasión a miles de ciudadanos indefensos. Ha pasado un año, pero la paz aún no se vislumbra en el horizonte.