Tarragona, tierra de acogida
Basta dar un paseo por las calles de nuestros pueblos y ciudades para ver el profundo cambio que se ha registrado en nuestra sociedad con la llegada de migrantes de diferentes áreas del mundo, una realidad cada vez más diversa y plural que forma parte de la complejidad que nos rodea y que nos enriquece.
La inmigración se ha convertido en un fenómeno contemporáneo que ha venido para quedarse y, en vez de plantearse como un problema, como hacen algunos desde la demagogia más injusta, constituye una oportunidad para nuestra sociedad para enriquecerse.
Así fue por parte de tantos miles de emigrantes de otras comunidades autónomas del resto de España que a lo largo del siglo XX vinieron a las fábricas en busca de trabajo o de un futuro mejor y huyeron de la pobreza de sus lugares de origen, contribuyendo de forma esencial a forjar la personalidad de la Tarragona moderna de hoy. Muchas de las familias actuales son el fruto de esa síntesis de culturas. Así lo hicieron también miles de tarraconenses que huyeron de las guerras y las hambrunas del siglo XIX o de la dictadura de Franco y encontraron cobijo en otros países, pues no hay que olvidar que España fue durante mucho tiempo un país de emigrantes que buscaron en otras tierras una vida mejor.
Lo mismo ocurre con quienes en los últimos años han llegado del este de Europa, de África o de América Latina. Sectores como la construcción, el transporte, la atención a los dependientes y la hostelería se hundirían sin los migrantes, la otra cara de un fenómeno más necesario que nunca para garantizar la sostenibilidad del sistema de pensiones.
En un paisaje demográfico marcado por el envejecimiento de la población, la prolongación de la calidad de vida y por el descenso de la tasa de natalidad, esta nueva fotografía de una migración novedosa y dinámica descubre un potencial de futuro que hay que cuidar con esmero.