¿Por qué el populismo gana en todas partes?

Para empezar, hay que señalar que este empuje populista no debe absolutamente nada al “talento” de sus dirigentes. Ni a los millones de Elon Musk. Los populistas contemporáneos no son demiurgos, sino profesionales de la mercadotecnia. Su fuerza no consiste en convencer a las masas ni mucho menos en guiarlas, sino, por el contrario, en adaptarse y dejarse llevar por un movimiento existencial, autónomo e impulsado por el poderoso sentimiento de desposesión social y cultural de las clases medias y trabajadoras. Desde hace décadas, los populistas se han limitado a seguir la corriente, dejarse llevar por los vientos de ese movimiento social y adaptarse en cada instante a las demandas sociales y culturales de la mayoría. A su éxito ha contribuido el hecho de que los demás partidos, presos cada uno de su ideología y sus estrategias, no han comprendido los motivos de fondo de ese descontento. Al negarse a tomar en serio las cuestiones que más preocupan a los ciudadanos como son la inseguridad (física y cultural), los flujos migratorios, la defensa del Estado del bienestar y el soberanismo, la «izquierda occidental» empuja inexorablemente a muchos de sus antiguos votantes a los brazos del populismo.

Se ha creado una fractura antropológica radical entre los habitantes de las grandes ciudades y las clases trabajadoras y medias que viven en la periferia. Las nuevas clases urbanas, sin ningún interés por el bien común y seguidoras del modelo neoliberal, son la encarnación de una burguesía que ensalza el individualismo y la cultura del “sin restricciones”. Grandes beneficiarias de un modelo neoliberal que ha pulverizado toda noción de control, creen que todo es posible, que lo que es bueno para ellas es bueno para la humanidad y, en ese sentido, que la idea de unos límites comunes es un impedimento, un retroceso para su libertad individual. Las clases trabajadoras, por el contrario, apartadas de esa burbuja cultural y geográfica y debilitadas por el modelo económico y cultural, exigen cierta regulación. Quieren unas barreras que impidan ampliar el espacio del mercado y del individualismo. Y esta exigencia cada vez más frecuente de límites culturales, sociales y económicos por parte de los más humildes es el combustible de los partidos populistas.

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