La selección española, es el mejor espejo

Dos goles de dos vascos. Aquí lo de los apellidos ya no tiene ningún sentido porque como dice el chiste uno es vasco aunque haya nacido en las antípodas. El primer gol de Nico Williams llega tras un pase del niño de oro Lamine Yamal, catalán. Hace unos días 25.000 personas coreaban su nombre a ritmo de rumba (también catalana aunque les pese a algunos) en el Palau Sant Jordi mientras los hermanos Estopa disfrutaban de lo lindo. En nuestras ciudades miles de personas se han echado a la calle para seguir el partido. Miles. Cada uno tendrá sus pasiones particulares y sus maneras de ver la vida, pero por una tarde, hemos sido el vivo reflejo de una sociedad que ya no es lo que era, ni volverá a serlo. Somos como la selección: de orígenes diversos, de colores de piel diversos, religiones diversas, de camisetas diversas, pero al final cuando jugamos juntos, lo hacemos estupendamente.

Esta selección es la pesadilla de los totalitarios, de los que creen en una arcadia perfecta en la que no entraban más que los que ellos querían. Esta selección es la pesadilla de la extrema derecha, de Vox, de Aliança Catalana, como lo fue en su día la selección francesa que ganó el Mundial 98. Es, en cambio, nuestra mejor fotografía. Estos días se ha explicado hasta la saciedad la historia personal de jugadores como Nico Williams o Lamine Yamal. Unas historias que son la historia de miles de nuestros vecinos. Unas historias que no llegan a las portadas de los medios de comunicación si no es a base de grandes épicas. Pero Nico o Lamine son solo un ejemplo entre miles, entre millones. La inmigración es una riqueza si los servicios públicos funcionan, si las administraciones -sobretodo las locales- tienen los medios suficientes para gestionar las ayudas. Más y mejores servicios públicos. Este es el secreto. No hay más. Lo decía el sábado la directora de la escuela de Campclar, y la selección española le ha dado la razón. Esta España, sí. Porque esto es lo que somos. Bien está lo que bien acaba.