El fin del sistema de gobernanza internacional

La Cumbre de Líderes del G20 se ha celebrado los días 18 y 19 de noviembre en Río de Janeiro (Brasil), con la presencia de los dirigentes de los países miembros, además de la Unión Africana y la Unión Europea. El presidente ruso, Vladimir Putin, no ha asistido. Putin se expone a ser detenido si viaja al extranjero por una orden de detención que le acusa de crímenes de guerra en Ucrania, emitida por la Corte Penal Internacional, y estuvo representado por el ministro de Asuntos Exteriores, Serguéi Lavrov. En una metáfora sencilla, el papel de Brasil en el liderazgo del G20 puede resumirse como «predicar en el desierto». Esto no es el resultado de errores cometidos por la diplomacia brasileña bajo el actual gobierno. Nota: la escuela diplomática brasileña es una de las de mayor prestigio internacional. Cualquier país con el mismo estatus del que goza Brasil en el sistema internacional sufriría las mismas limitaciones en una época en la que las grandes potencias, que poseen poder económico y militar, priorizan sus intereses. El país se considera una potencia media, con cierta influencia regional, pero sin presencia a escala mundial. No estamos en el mundo del sólo America First (Estados Unidos primero). China primero, Rusia primero, la UE primer. Cada uno se ocupa de sí mismo en lugar de intentar establecer un mínimo de coordinación entre ellos en cuestiones como el calentamiento global, el comercio y la seguridad internacional. No es fácil para las potencias medias poder hablar a lo grande con el resto del mundo. Teniendo en cuenta que este individualismo internacional no tiene visos de acabar, mejor empezar a enterrar el viejo sistema de gobernanza internacional surgido de la Segunda Guerra Mundial. La foto de António Guterres, secretario general de la ONU, durante la cumbre de los BRICS en Kazan saludando a Putin, es el colofón de un mundo. Stephan Zweig lo describió maravillosamente bien a principios del siglo XX como «el mundo de ayer». Hoy deberíamos volver a escribir un nuevo epitafio. Ese nuevo mundo que Zweig vio nacer está desapareciendo. Ha durado apenas 100 años. Brasil como poder emergente, ejerce hoy de árbitro. Pero Brasil no tiene ataduras, como tampoco las tiene la India o Sudáfrica. El nuevo orden está por llegar, pero ya se oyen los tambores.

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