Catalunya vuelve a la normalidad
Alrededor de 80.000 personas (las cifras nunca son exactas pero salta a la vista que no se han alcanzado las cotas de participación de otros años)saliero ayer a las calles de Barcelona, Tarragona, Tortosa, Girona y Lleida para reclamar la independencia de Catalunya. Las manifestaciones fueron tranquilas y sin ningún hecho relevante a resaltar. Los discursos previsibles, las imágenes también. Todo dentro de la normalidad política y social más previsible.
El independentismo social demuestra que está vigente, que no es de lejos lo que era, pero que no está ni aniquilado, ni muerto ni enterrado. Sencillamente, aún existe. Aún. Pero ¿para qué existe? Esa es la gran pregunta. La confrontación con el estado español no parece ser la prioridad de los catalanes. Eso no significa que muchos, cientos de miles, no deseen la independencia en el futuro, pero es obvio que en el presente (que es dónde vivimos) no es la prioridad. Aunque no hay presente sin futuro. Eso tampoco se puede olvidar. Sin una estrategia de confrontación clara, el independentismo busca un equilibrio entre pactar con la Moncloa y denunciar al estado. Como si ambas cosas se pudieran separar. Pedro Sánchez depende de los votos de ERC y de Junts. Pero ERC también necesita el oxígeno que le ofrece esta dependencia y Junts necesita un Tribunal Constitucional más o menos ecuánime ahora que debe pronunciarse sobre la consititucionalidad de la Ley de Amnistía. Todos dependen de todos. Nadie tiene la sartén por el mango. Y es por eso que el encaje de bolillos de la política española es tan complejo. Porque los independentistas decidieron ser parte activa de la política española a partir del 6 de julio del 2023 tras la sentencia del TGUE. Cualquier equilibrio exige diálogo, consenso, cesión e incluso educación. Olvidarse de hiperventilados e iluminados. Es posible la convivencia por mucho que algunos luchen denodadamente por evitarla. La Diada de Catalunya es ya la fiesta de todos. No nos la dejemos robar.