Cabalgata
Vox, que se mueve entre el misterio y el disparate, organizó días atrás una especie de cabalgata. No se sabe si el evento fue un anticipo de las procesiones navideñas o del carnaval que la sigue. La cosa, sin embargo, no era festiva, sino ideológica. No solo presuntamente ideológica, como podría dar a entender el atrezo, sino profundamente ideológica. Visto desde fuera era un asunto de monigotes. Capas de armiño, barbas de algodón, toreros, frailes, gorgueras y una tuerta que tal vez encarnara a la duquesa de Eboli. Quijotes de quincalla. La trastienda de España al completo. Si alguien piensa que faltaba el pícaro se equivoca. Allí estaba Santiago Abascal embaucando a los ilusos. Los figurantes parecían sacados del desahucio de un triste museo de cera, pero él no. Abascal era el vivo del tocomocho.
Esa es la propuesta política. Y unas cuantas cargas de profundidad. Como la que proporcionó el apartado musical del evento. «Vamos a volver al 36» era el estribillo machacón que cantaba el grupo invitado. Una especie de «Eva María se fue» pero con olor a pólvora y sangre. Un mundo de cartón piedra, de buenos y malísimos que deben ser barridos del mapa. El misterio de Vox se encuentra en la expulsión soterrada de Macarena Olona, en el turbio relevo de Ortega Smith. Un partido político críptico, mucho más de lo crípticas que suelen ser esas organizaciones, y donde la idea de búnker está plasmada en cada uno de sus movimientos, por menores que sean.
Simbología y oscuridad. Llegar tres minutos tarde al pleno del Congreso como respuesta a la demora de Pedro Sánchez para llegar al desfile de las Fuerzas Armadas, o llevar a cabo depuraciones entre tinieblas. El guion parece sacado de uno de aquellos viejos manuales en los que la historia se confundía con el paroxismo y el delirio. Es lo que venden. Y es lo que venden, de un modo menos estrafalario y tal vez por eso más peligroso, sus correligionarios de media Europa. Desengañados de los valores igualitarios que alumbraron la democracia y propiciando la erosión de una Unión Europea basada en la repulsa de unos nacionalismos que convirtieron nuestro continente en una atroz guerra civil divida en dos partes, 1914-1918 y 1939-1945. Porque ya pueden los cantantes que reivindican un nuevo 36 incluir en sus letras a Rufián y a los separatistas catalanes, el espíritu de Vox no es otra cosa que un nacionalismo feroz, excluyente y con vista panorámica al pasado más oscuro. El carnaval de los frailes, los comendadores y los arciprestes puede resultar cómico a primera vista. Pero solo a primera vista. Bajo el disfraz humean los rescoldos de un drama.