The Killer de David Fincher
La influencia de Alfred Hitchcock en los cineastas contemporáneos es incalculable. Desde David Lynch a M. Night Shyamalan, muchos han querido seguir los pasos del director de “Vértigo”, ya sea en sus formas más equilibradas o en sus derivas más perturbadoras. David Fincher, quizá, pertenece al primer grupo. Cineasta de la precisión, ha hecho de la tecnología digital una aliada a la hora de buscar constantemente la imagen perfecta.
The Killer, su última película, ejemplifica el parentesco con Hitchcock a partir de su primera escena: cuando el asesino a sueldo interpretado por Michael Fassbender espera pacientemente en un edificio vacío de París, mientras va espiando el piso de enfrente para encontrar el momento exacto en que debe acometer su encargo. La ventana indiscreta hitchcockiana pasa así por el filtro de Fincher. Quien observa por la ventana es un psicópata que, como el propio Fincher, es un devoto de la perfección. A partir de aquí, la película se plantea precisamente qué es lo que sucede cuando la perfección se resquebraja, cuando irrumpe el error.
A Fincher hace tiempo que le interesa indagar en la mente del psicópata (“Se7en”, “Mindhunter”, “Zodiac”), y aquí hace lo propio a través de la redundante voz en off de su protagonista. El resultado quizá sea el de una película menor, hecha quizá para contentar a Netflix.