Los asesinos de la noche de Martin Scorsese
La historia de los Estados Unidos atraviesa el cine de Martin Scorsese. Bajo la mirada del director italoamericano, el país se presenta bajo el signo de la violencia. «Los asesinos de la luna», su última película, revela precisamente este trasfondo despiadado, en el marco de un contexto histórico no explorado anteriormente por Scorsese: el de la expropiación y la posterior compensación económica a los nativos americanos que habitaban las tierras donde se había hallado petróleo.
Dicho de otra manera: basada en los hechos reales investigados por David Gann, la película explora el vínculo entre el traslado forzoso de los indios y la fundación del capitalismo estadounidense.
Como si fuera un western, «Los asesinos de la luna» retrata la fundación de una nación salvaje, pero aquí no hay un derroche de violencia explícita como sí sucede en otras películas de Scorsese, sino una extraña y estremecedora placidez.
El tono va acorde con su protagonista, un hombre blanco que engatusado por su tío decide ir matando poco a poco a cada uno de los miembros de la tribu Osage a la que pertenece su esposa. Interpretado por su Leonardo Di Caprio, él parece profesar por su mujer un amor sincero. Y ella, encarnada por Lily Gladstone, lo va entomando todo con la misma serenidad con la que Scorsese plantea su película.
Los inicios del capitalismo y de la fiebre del petróleo han dado pie a grandes películas, como “Pozos de ambición” o “Avaricia”; películas colosales, que se sumergían en algún momento por lo febril de unos protagonistas cegados por la riqueza.
“Los asesinos de la luna” se resiste a soltarse, a dejarse llevar por completo por el delirio. Acostumbrado a construir retratos de auge y caída, Scorsese termina encontrando el arrebato estético en el último tercio de su película, cuando el personaje ya bordea lo pesadillesco, y la moraleja en torno a las leyendas fundacionales se evidencia.