La broma infinita
El gran error de Edipo no fue yacer con su madre, Yocasta, ni asesinar a su padre, Layo. El gran error de Edipo fue querer saber más, interrogar al augur Tiresias y creerse capaz de escapar a su destino huyendo de Corinto para evitar la aciaga profecía del Oráculo de Delfos. Para Mónica, la protagonista del último cómic de Daniel Clowes, el misterio de su madre, Penny, es el motor de una búsqueda que se sabe de antemano condenada a hallar una respuesta inquietante sobre su origen, así como un núcleo de opacidad imposible de esclarecer: la construcción social y cultural de la nación estadounidense, la soledad irreductible del individuo ante un paisaje que no deja de escenificar el drama primigenio de la nueva tierra, de la nueva Jerusalén, sobre la que es tan fácil alzar una casa como difícil fundar un verdadero hogar.
A través de nueve capítulos o movimientos en los que el estilo de Daniel Clowes recorre de manera sutil todos los géneros en la historia del cómic norteamericano, desde el war horror de la EC hasta el género criminal, o la comedia adolescente de Archie, Clowes recorre la vida de Mónica desde la infancia hasta la senectud en este extraordinario cómic —editado de manera exquisita por por Fulgencio Pimentel y Finestres en castellano y catalán de manera respectiva—. Pero a diferencia de Chris Ware, cuya capacidad para ahondar en los lapsos e intervalos de vidas como las de los protagonistas de Fabricar historias o Leftovers, en Clowes no es el despojamiento sino lo novelesco el verdadero umbral de la narración. Como para David Foster Wallace o Thomas Pynchon los eventos, la cultura popular y la lógica de la conspiración se entretejen en una comedia humana de resonancias mitológicas y cinematográficas, que van desde el Vértigo de Hitchcock o el cine fantástico de los años cinecuenta hasta la obra de Tarrence Malick.
De igual modo que Malick en El árbol de la vida, Clowes se ampara en los gestos de un personaje para gestar tiempo, hacia el pasado y hacia el futuro, en una inscripción fenomenológica del ser que, para Clowes no entronca con lo religioso sino con un brutal sustrato politeísta, pagano, con energías que, como sucede en la obra de su coetáneo Charles Burns, parecen reventar la propia línea del trazo desde el interior de la tierra. De ahí que cuevas, sótanos, árboles ancestrales y oscuros chalets aislados sean el escenario privilegiado de un relato que no deja de reactivarse. De ahí también que en el cénit de la historia Mónica, como el protagonista del poema de Parménides, como Dante, como Eneas, se enfrente a un descenso al inframundo destinado a encontrar, como los misterios eleusinos, un ritual mímico, una iniciación incapaz de devolver más sentido a su existencia que el que ella misma sea capaz de recrear.
Con Mónica, Clowes construye una exploración total, una biografía melancólica de la cultura estadounidense, así como una integración de todos sus trabajos anteriores: el mundo de la adolescencia de Ghost World, lo sublime grotesco de Eightball, Ice Haven y Wilson, la parodia de El rayo mortal, el misterio sutil y ensoñado de David Boring o la navegación espaciotemporal de Paciencia, su obra anterior. Si a menudo ha sido subrayado el parentesco de Como un guante de seda forjado en hierro con las películas de David Lynch, aquí la obra de este cineasta aparece como gran referente de un modo más sutil, a través de la idea de que para narrar un personaje se hace necesario yuxtaponer uno o más caracteres, ensamblar rostros bifrontes y volver a la casa como fuente de todo relato. Quizá una invención tan magistral la de la voz del abuelo a través de la radio doméstica en este cómic sólo pueda compararse a la reescritura del personaje de David Bowie o del enano bailarín que Lynch realiza en Twin Peaks 3, con la que Mónica parece tener numerosas y secretas conexiones.
La broma infinita
Daniel Clowes, Mónica. Fulgencio Pimentel /Finestres,
114 páginas, 29€