Illa podría gobernar, pero a saber con quién

Los resultados son los mejores desde el Tripartit aunque no le aseguran la gobernabilidad, que pasa por la geometría variable de un pacto

Hace unos meses, cuando Junts anunció el voto a favor de los presupuestos y de la ley de amnistía, un veterano eurodiputado socialista me comentó que las bases del partido no le pasarían factura a Pedro Sánchez por sus acuerdos con el independentismo catalán, que el socialismo español había comprendido la necesidad de pasar página.

Ese día pensé que hay quien imagina por encima de sus posibilidades. Pero una de las múltiples lecturas que tiene esta noche electoral es esa: el socialismo catalán cree en sus líderes y acepta lo que manden.

Incluso el regreso de la némesis del españolismo, Carles Puigdemont, es aceptada. Los resultados demuestran que las tácticas del sanchismo –que vuelven loco a más de uno– consiguen su objetivo: despistar al adversario y capitalizar la conversación pública.

Primera prueba superada para Salvador Illa: que regrese Puigdemont no le pasa factura electoral al PSC, como tampoco se la pasaron los indultos en el 2021.

Carles Puigdemont consiguió una victoria: derrotar a ERC en esa particular pugna por el espacio independentista. Pero Puigdemont tenía que ganar más batallas para poder reclamar la victoria final. Las encuestas de los últimos días habían dado alas a la posibilidad de un sorpasso, no a ERC, sino al PSC.

La realidad ha sido otra y ahora le toca lidiar con una partida de cartas con algunos ases en la manga, pero no tantos como parece. Es cierto, Pedro Sánchez lo necesita, pero –y esto es algo que no suele ser citado– Puigdemont necesita a Sánchez.

Si Junts deja caer al gobierno español y provoca unas nuevas elecciones, la más que probable victoria del PP provocaría ilico presto un cambio en la composición del Tribunal Constitucional, que es quien tiene la llave para decidir si la ley de amnistía es o no es una realidad. Y sin ley de amnistía no hay president Puigdemont posible. Así son las cosas. Al PSC y Junts les toca bailar un chotis mucho más fino y sensual que el que perpretó Almeida en su boda.

La derrota de ERC era previsible para todos, menos para ellos. Era evidente que el reguero de fracasos de gestión encadenados –informe PISA y sequía, por poner un par de ejemplos– les ha precipitado a los 400.000 votos. Pero ERC ha aguantado dos años de gobierno en una posición muy difícil.

En Europa gobernar significa asumir la responsabilidad por todo lo que sucede, tengas o no culpa. Nadie sale ileso de un gobierno (bueno, Pedro Sánchez, pero lo suyo es de alquimista medieval). ERC dice que se marcha a la oposición, pero continúa siendo, tras 93 años, un partido sólido con una base sólida. Menos numerosa, es cierto, pero los que ahora están no abandonarán el barco.

Alejandro Fernández es un conquistador de la palabra. Estoy segura de que su oratoria, sentido del humor e ironía son los responsables de miles de votos que se han ido al PP encantados de la vida. Pasar de 3 a 15 diputados es una odisea, pero que el árbol no camufle el bosque, estos 15 diputados están muy lejos de los 36 diputados de Ciutadans del 2017.

Ese resultado continuará siendo durante mucho tiempo un espejismo para los partidos unionistas. Un espejismo que les puede confundir y hacerles perder el norte.

La desaparición de Ciutadans era tan previsible que en la terraza donde convocaron el cierre de campaña había espacio para tres partidos más. Poco más que añadir, sino que su estilo bronco y provocador va a salir del Parc de la Ciutadella. Ciutadans hizo saltar por los aires el oasis catalán, y ese es su legado, para lo bueno y para lo malo.

La extrema derecha se consolida en estas elecciones. Nunca es una buena noticia, pero Catalunya ya no es una excepción en Europa, donde el neofascismo campa a sus anchas, y si no prepárense para los resultados de las próximas elecciones europeas. Ah, claro... ¿lo habían olvidado? En nueve días empieza otra campaña electoral.

Una más. Y esta vez el panorama es más que favorable para estas formaciones. Lo cierto es que mientras no nos atrevamos a llamar las cosas por su nombre dejamos el campo libre para este tipo de opciones políticas. Rasgarse las vestiduras y los cordones sanitarios solo sirven para darles más aliento.

Los Comuns y la CUP salen escocidos en sus respectivos espacios. Pierden muchos diputados y ofrecen durante la noche electoral una imagen muy de Tarantino. Rostros de mirada fija y mandíbula cerrada.

Hay quienes dirán que estos resultados marcan el fin del Procés. Otros dirán que vayamos a elecciones en octubre y que entonces sí, entonces sí que el independentismo estará listo para ganar y cumplir sus promesas.

En la noche electoral se dicen muchas cosas. Pero sobre todo se callan las importantes. El discurso en Argelès fue educado y comedido. Puigdemont sabe lo que se juega y desde luego sabe que ser el causante de un nuevo ciclo electoral no le va a beneficiar. Ni a él ni a nadie.

Seguramente esa es la única conclusión que podemos asegurar el día después: no podemos ir a una nuevas elecciones. Ningún cálculo partidista puede permitirse esa locura.

En la sede del PSC de Barcelona, el testigo de la victoria ha sido el fotógrafo Emilio Morenatti.

Ganador del World Press Photo, es uno de los mejores del mundo en su oficio, el único que ha conseguido la imagen de un Salvador Illa exultante (todo lo exultante que un personaje quijotesco como él puede parecer), feliz y brindando con cava. Los resultados son contundentes, pero no le aseguran poder pasear por el Pati de los Tarongers tranquilo.

Pero San Pancracio lo ha protegido y le ha dado una oportunidad histórica: gobernar Catalunya con elegancia, generosidad e inteligencia y eso pasa por aceptar la complejidad de los catalanes, todos llevamos un anarquista conservador dentro. Pura paradoja.