La industria es sexy

Europa habla de industria: reindustrialización y autonomía estratégica son conceptos que marcan la agenda de la nueva legislatura europea. ¿Por qué la Unión Europea ha puesto en este sector buena parte de sus esperanzas?

La industria es sexy. Hablar de industria hoy es hablar de uno de los grandes pilares estratégicos sobre los que la Unión Europea quiere relanzar su competitividad perdida. Porque reindustrializar Europa es dar pasos hacia la autonomía estratégica. Es hablar de innovación, de empleos de calidad, de una base sólida para mantener nuestro modelo de Estado del Bienestar, en una Europa de derechos y libertades.

La pandemia de Covid-19, primero, y las sucesivas crisis que le siguieron (crisis en la cadena global de suministros, crisis de semiconductores, crisis energética tras la invasión rusa de Ucrania) pusieron de manifiesto la fragilidad de una Unión Europea sin materias primas ni capacidad para procurarse bienes de consumo esenciales.

Tomar consciencia del alto grado de dependencia respecto a terceros actores fue lo que ha llevado a la Unión Europea a hablar, cada vez con mayor fuerza, de la necesidad de ganar autonomía estratégica, reforzando sectores esenciales. En la base para conseguirlo se encuentra la industria. Sin un tejido industrial fuerte, ninguna autonomía estratégica será posible.

Dos documentos esenciales

Dos informes han puesto negro sobre blanco estas preocupaciones. Primero fue el informe Letta sobre el Mercado Único (titulado Mucho más que un mercado), al que siguió el informe Draghi (titulado El futuro de la competitividad europea). Ambos exponen sin tapujos la pérdida de competitividad de la economía europea respecto a EEUU y China, y señalan algunas acciones concretas para recortar esa distancia. En ambos casos, la industria figura en un lugar destacado como palanca de cambio.

Reindustrializar Europa es una prioridad, pero debe hacerse además sin apartarse del camino trazado para convertir a este continente en el primero del mundo climáticamente neutro, en el horizonte del año 2050. Descarbonizar la industria, a la vez que se reindustrializa, sin comprometer por ello la competitividad, es el gran reto.

En esta combinatoria juegan y jugarán un papel determinante dos elementos: la energía y la circularidad. El primero de ellos, la energía, porque sin electrificación de la industria no será posible la descarbonización. La transición energética es una condición necesaria para llevar a cabo con éxito este ambicioso propósito de descarbonizar Europa.

Y en este camino hasta 2050 -en el que antes hay estaciones intermedias decisivas, como el año 2030-, las tecnologías puente van a tener un papel relevante. La nueva Comisión Europea ha puesto la mirada en ellas. El nuevo Pacto Industrial Limpio (Clean Industrial Deal) es el ejemplo más claro. Sin desterrar el Pacto Verde Europeo (European Green Deal), se pone el foco ahora en una transición que no ahogue la competitividad de la industria europea; pieza central, junto con la innovación y la reducción de la burocracia, de la futura competitividad de la UE.

Entre estas tecnologías puente se encuentra la energía nuclear, una vieja conocida neutra en carbono (no emite CO2) que resurge con fuerza ante la creciente voracidad eléctrica de la Inteligencia Artificial y las tecnologías cuánticas que están a la vuelta de la esquina, y que tiene en las nuevas generaciones de pequeños reactores modulares (SMR, por sus siglas en inglés), un futuro con alto potencial de crecimiento.

Captura de carbono

Junto a la energía nuclear, las tecnologías de captura, almacenamiento y uso de carbono (CCUS, por sus siglas en inglés) son la otra gran tecnología puente en esta transición energética que afronta la industria europea.

La industria de la demarcación de Tarragona, con el polo petroquímico en cabeza, está liderando hoy algunos de los proyectos más avanzados de la UE en materia de descarbonización industrial, y tiene una oportunidad de convertirse en un referente a escala europea en esta materia, si dispone de estas tecnologías puente para hacerlo posible.

La energía es clave, pero también lo es la circularidad. La Unión Europea, sin apenas materias primas, debe competir con el resto del planeta liderando la circularidad, valorizando como nuevas materias primas lo que hasta no hace tanto eran considerados residuos, para ganar en autonomía estratégica, cortando la dependencia de su industria respecto al suministro de materias primas procedentes de proveedores ajenos a la Unión.

De nuevo aquí, la industria química, con el polo petroquímico más importante del sur de Europa ubicado en este territorio, puede marcar la diferencia para ser referentes en circularidad.

Una base sólida

La base está ahí. En el caso de las comarcas del sur de Catalunya, la potencia de su industria es clara. En el Camp de Tarragona y las Terres de l’Ebre, la industria aporta un 31% del Valor Añadido Bruto (VAB), muy por encima de la media catalana, del 19%, según los datos contenidos en el Anuari Econòmic Comarcal BBVA 2024.

En la demarcación de Tarragona, más de 60.000 personas trabajan directamente en este sector, una cifra que alcanza las 150.000 si se suma el empleo indirecto e inducido. En este tejido industrial diversificado e innovador, el polo petroquímico de Tarragona, el más importante del sur de Europa, es el gran motor de esta industria, con 11.000 puestos de trabajo, entre directos e indirectos, y hasta 35.000 empleos más inducidos. Con la calificación de esencial, es uno de los clústeres que lideran la estrategia industrial de la Unión Europea.

Se trata, además, de un sector altamente exportador. En 2023, las exportaciones industriales de Tarragona alcanzaron los 11.000 millones de euros, una cuarta parte del total de las exportaciones catalanas.

A ello se le suma el hecho de ser reconocido como un sector innovador. Las empresas industriales de Tarragona destinan el 3% de su facturación a I+D+i, con un esfuerzo importante en descarbonización, circularidad, transición energética y digitalización.

Por último, pero no por ello menos importante, está el elemento humano. El sector industrial concentra talento, con perfiles altamente cualificados y bien retribuidos, que aportan prosperidad económica y cohesión social a los territorios en los que está presente. El reto es hacer crecer este talento, manteniéndolo actualizado y bien formado, a la vez que se fomentan unas vocaciones industriales fundamentales para que Europa pueda mantener su modelo social.