Vuelta al ‘curro’
Si no somos felices trabajando, que vengan los robots. No hay ningún problema. Que la Inteligencia Artificial haga lo que casi nadie quiere hacer
A principios de septiembre, es una frase que se escucha demasiado: «vuelta al trabajo, vuelta al curro». La palabra ‘currar’ proviene del caló y significa trabajar. Decimos que «soy un currante» o que «tengo mucho currelo». Normalmente asociamos la acción de currar a pasarlo relativamente mal, es decir, tener que hacer un esfuerzo que ojalá pudiéramos evitar.
Para mucha gente, el trabajo es una especie de maldición. Hoy mismo, en un hospital, una enfermera me ha dicho que estaba deseando jubilarse lo antes posible porque ya no aguantaba más. Hay mucha gente que trabaja por obligación, haciendo cosas que no le gustan o que le gustan poco.
El problema es que si nos pasamos trenta o cuarenta horas a la semana, como mínimo, currando, y no disfrutamos con ello, tenemos un problema grave. En el mundo en que vivimos, por suerte o por desgracia, el trabajo es una actividad que acostumbra a ocupar una parte muy significativa de nuestro tiempo y que nos supone un gran esfuerzo.
Cuando se hacen encuestas sobre felicidad en el trabajo, los resultados acostumbran a ser muy negativos. Es decir, la mayoría de la gente no es feliz trabajando. Hay datos bastante claros al respecto. Además, se sabe que la poca gente que siente cierta felicidad trabajando acostumbra a ser mucho más productiva.
Está claro, cuando hacemos algo que nos gusta lo hacemos mejor y con más intensidad. Los empresarios que comprenden esto procuran establecer unas políticas laborales que faciliten que la gente sea más feliz. No lo hacen porque sean buenas personas sino para aumentar la productividad.
Y esa es la perversión del sistema: la gente no es feliz trabajando, hay poca productividad y las empresas desarrollan sistemas para generar una felicidad artificial para que así sus empleados sean más productivos. Un galimatías perverso.
Si no somos felices trabajando, que vengan los robots. No hay ningún problema.
Que la Inteligencia Artificial haga lo que casi nadie quiere hacer. Los humanos, entonces, podremos dedicarnos a otras cosas y a disfrutar de una renta básica general. Quizá sea ese el futuro que nos espera, o algo parecido.
Es posible, también, que sólo sobrevivan las empresas con un propósito ético con el que sus integrantes se puedan identificar. Lugares donde las personas trabajan porque realmente quieren hacerlo, dando lo mejor de sí mismas sin ambages. No es fácil encontrar este tipo de organizaciones pero, haberlas, haylas.
Los humanos no deberíamos estar al servicio de la economía, más bien al contrario. Vivir para ser productivos es de locos. Deberíamos empezar a pensar en cómo resolver este mayúsculo dilema. Las futuras generaciones merecen un planeta donde el dinero, aunque importante, no sea lo esencial. Falta mucho para ello, pero vamos avanzando.
Franc Ponti es profesor de innovación en EADA Business School