From Me to You

Se preguntarán por qué pongo un titular en inglés... espero no resultarles un esnob, pero decir «De mí a vosotros» me suena rarísimo. La verdad es que uso muchísimo esa frase en mis clases cuando hablamos del liderazgo y de dirección de empresas y funciona.

Hemos idolatrado a los listos desde siempre. Los que dirigen, los que lideran tienen que ser, por definición, indiscutiblemente los mejores. Y todos sabemos que lo de ser mejor o peor es muy discutible porque hay miles de ejemplos de personas extraordinariamente humildes, simples y con poca capacidad aparente de liderar que han movido montañas: Ghandi no era un genio cuando empezó su oposición al colonialismo en India, ni Nelson Mandela era el mejor cuando empezó su lucha contra el apartheid, ni Teresa de Calcuta era mucho más que una monja entregada totalmente a los demás.

Pero seguimos pensando que debemos elegir a quien ya es mejor, olvidando a quienes se han ido construyendo ladrillo a ladrillo. Quizás aquí haya un gran aprendizaje para muchos: cuando elegimos deberíamos elegir a quienes tienen mayores posibilidades de crecer, escuchar, colaborar, ser solidarios, apoyar, empujar... más que a aquellos que parecen que ya han llegado y son imponentes porque han escalado la cúspide con un currículo espectacular.

Benjamin Zander, director de la Orquesta Filarmónica de Boston, escribió un libro lleno de filosofía, del que ya les he hablado en una ocasión anteriormente: The Art of Possibility y es un magnífico ejemplo de lo que querría contarles hoy. Hay que mirar las posibilidades de todos porque es donde encontraremos a los líderes y directivos que más nos ayudarán a sobresalir.

¿Dónde debemos buscar las posibilidades? ¿En nosotros mismos, como se empeñan los alumnos que regresan de la universidad de Navarra donde enseño, al acabar su grado? Pues no, los grandes líderes son quienes buscan las posibilidades en quienes les rodean, quienes miran con ojos brillantes (’the shiny eyes test’ del maestro Zander), quienes escuchan con avidez, quienes ven el mundo en positivo porque creen que en cualquier parte hay algo en lo que pueden ayudar. Son aquellos que viven por los demás porque se han olvidado de su propio yo.

Hay mil maneras de reconocerles: son los que visten la camiseta con el logo de la empresa porque saben que no es de quienes mandan ni de los accionistas sino de todos quienes participan en ella, aunque los directivos se empeñen en lo contrario. Son los que están dispuestos a pensar constantemente en cómo ayudar a los demás a mejorar sin preocuparse de su propia carrera. Quienes se alegran del triunfo de los demás y enrojecen si se reconoce el suyo.

Eso es lo que significa «de mí a vosotros». Trabajar con el ideal de hacer un mundo mejor (como decimos en el IESE: A World to Change) nos hace mejores a través de los demás, que es lo que la madre Teresa de Calcuta no se cansaba nunca de decir: ¡Es a través de ellos que yo crezco!

Es bonito, ¿no? ¡Pero qué difícil! Porque todo lo que nos enseñan continuamente es a mirarnos el ombligo, a pensar en mí y no en quienes nos rodean. Eso que en la vida ordinaria ya es tremendo, en la vida empresarial es horripilante, porque quien se cree que tiene el poder, sea porque es el jefe o el dueño, está perdido y pierde a quienes le rodean.

La humildad en el mando es un requisito básico y yo diría que imprescindible para que la cosa funcione, sobre todo si pensamos que las personas son lo que importa y no solamente los resultados y el dinero.

Y, ¿qué es la humildad? Quizás es si no quiero ser el centro, no quiero que me adulen, no me importa pasar después de otros, cuando procuro no estar en primera fila, si me preocupo de los demás y lo justo de mí mismo, cuando no hablo de mí, sino que constantemente tengo interés en la persona con quien hablo y creo firmemente que es un privilegio tener esa posibilidad.

La humildad es pensar que la vida es un regalo, cada segundo de ella, y dejar de lado el criticar constantemente a quien no hace las cosas como a mí me gustaría. Todos los líderes que admiro han dado ese salto de pensar en ellos a concentrarse en los demás y eso requiere ideales, atreverse a enfrentarse a lo que nos dicen tan a menudo: «si no te cuidas a ti mismo, ¿quién va a hacerlo?». Intenten cuidar de los demás y verán que no hace tanta falta mirarse el ombligo.

Xavier Oliver, profesor del IESE Business School

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