Educación financiera y ahorro para el futuro de los jóvenes
Iniciar el hábito del ahorro desde una edad temprana es una necesidad apremiante
En los tiempos actuales, en los que la incertidumbre política y económica es una constante, la educación financiera se presenta como una herramienta imprescindible para los jóvenes. El futuro que enfrenta este sector de la población es muy incierto, por lo que iniciar el hábito del ahorro desde una edad temprana no es solo una recomendación prudente, sino una necesidad apremiante que puede marcar la diferencia entre una vida de seguridad económica y otra llena de dificultades financieras.
Sabemos que muchos jóvenes, al inicio de su vida adulta, aún no tienen claro cuál será su camino profesional o a qué se dedicarán en el futuro. Esta incertidumbre es natural y forma parte del proceso, sin embargo, independientemente del rumbo que tomen, ya sea trabajando por cuenta ajena, emprendiendo su propio negocio o eligiendo cualquier otro estilo de vida, poseer conocimientos en finanzas y gestión de recursos se vuelve indispensable.
En cualquier profesión, desde un ingeniero hasta un artista, la capacidad de administrar adecuadamente los ingresos, planificar gastos y ahorrar para el futuro puede marcar la diferencia entre vivir con tranquilidad económica o estar constantemente al borde de la inseguridad financiera.
Y es que, iniciar el ahorro temprano no se trata solo de acumular dinero, sino de formar hábitos financieros saludables que puedan perdurar durante toda la vida. Por ello, el primer paso que como sociedad hemos de dar es el de formar a nuestros jóvenes en materia de educación económica y finanzas. Enseñarles a planificar, priorizar y ayudarles a tomar decisiones inteligentes les servirá para llevar a cabo una vida económica estable y segura, evitando, por ejemplo, excesivos endeudamientos.
Además, comenzar a ahorrar desde una edad temprana ofrece otros múltiples beneficios, entre los cuales destaca la ventaja de aprovechar el interés compuesto. El tipo de interés compuesto no es solo un término técnico, es el secreto mejor guardado de las finanzas personales. A diferencia del interés simple, el compuesto se calcula sobre el capital inicial y sobre los intereses acumulados previamente, creando un efecto multiplicador que puede transformar pequeñas sumas de dinero en cantidades significativas a lo largo del tiempo.
Por ejemplo, pensemos en un joven de 20 años que decide ahorrar 100 euros mensuales con una tasa de interés anual del 5 %. Al alcanzar los 60 años, su ahorro superará los 150.000 euros, gracias al poder del interés compuesto. Pero si este joven pospone la decisión de ahorrar diez años, hasta cumplidos los 30, el resultado será considerablemente menor, de unos 83.000 euros. Este simple cálculo subraya una verdad contundente: el tiempo es el mejor aliado del ahorro.
Otro aspecto crucial es la planificación para imprevistos y la creación de un fondo de emergencia. La vida está llena de situaciones y muchas de ellas son inesperadas, pudiendo impactar significativamente en las finanzas personales. Desde la compra de un coche hasta la reparación de un teléfono o un viaje con amigos, tener un colchón financiero no solo proporciona tranquilidad, sino que también evita la necesidad de recurrir a préstamos costosos o endeudarse de manera innecesaria. Además, un fondo de emergencia actúa como una red de seguridad ante eventos más serios e imprevisibles, como la pérdida de empleo, problemas de salud o emergencias familiares. Contar con ahorros destinados exclusivamente a estos imprevistos permite afrontar estas situaciones con mayor serenidad y evita el estrés financiero que podría agravar aún más la situación.
Por último, es importante inculcar la mentalidad de inversión a largo plazo. Tener un horizonte amplio no solo nos permite aprovechar las ventajas del interés compuesto, también nos permiten sobreponernos ante posibles caídas, malas decisiones y recuperar el capital perdido.
En definitiva, hay que destacar que invertir no es algo exclusivo para expertos. Con la orientación adecuada y profesional, cualquier joven puede introducirse en el mundo de las finanzas, ya sea a través de fondos de inversión, acciones o planes de jubilación, entre otros. El asesoramiento experto, la diversificación y la paciencia son claves en este proceso, permitiendo que los jóvenes no solo ahorren, sino también hagan crecer su dinero de manera sostenida.
En este sentido, cabe recordar que hay profesionales del asesoramiento financiero y la planificación financiera disponibles para acompañar a estos jóvenes en su proceso, orientándoles e incluso formándoles. Contar con el apoyo de un experto puede marcar la diferencia, proporcionando una guía sólida y personalizada que les ayude a tomar decisiones informadas y a maximizar el rendimiento de sus inversiones.
Patricia Carreras es asociada de EFPA España
Siguiendo las directrices de Europa, la Ley Orgánica del Sistema Universitario da impulso a un nuevo formato de formación universitaria bajo el nombre de microcredenciales, con el objetivo de que las universidades jueguen un papel importante en la formación permanente de las personas.
Las microcredenciales universitarias acreditan formaciones breves, centradas en la adquisición de conocimientos específicos, y se destinan principalmente a personas adultas que, o bien no cursaron estudios universitarios, o bien necesitan reciclarse y adaptarse a los cambios o novedades en sus entornos profesionales y laborales.
Para ello, esta formación pretende ser flexible y adaptable a las diversas necesidades del alumnado, incluyendo el uso de la modalidad virtual, y con una estructura modular por la que cada microcredencial puede tener sentido de forma independiente y, a la vez, combinarse y acumularse con otras formaciones en el marco de un itinerario formativo personalizado.
El reto no es menor, mediante la capacitación específica de las personas no sólo se quiere hacer frente a las demandas de nuevos empleos que los cambios tecnológicos generan, sino también a las transformaciones sociales y económicas de un mundo que cambia y evoluciona de forma trepidante. Para ello, este tipo de formación no se concibe de forma puntual y aislada sino con la voluntad de acompañar a las personas siempre que lo precisen.
En este contexto, las universidades no se pueden limitar a formar desde cero, de una vez y para siempre, sino que también tienen que ofrecer programas formativos que permitan a los estudiantes, desde la libertad de poder escoger sus itinerarios educativos, ir construyendo paulatinamente su propio mapa de conocimientos y competencias, en función de los intereses y necesidades de cada momento, de modo que puedan alcanzar sus objetivos personales y profesionales.
En esta línea, el objetivo 4 de la Agenda 2030 sobre educación determina la necesidad de promover oportunidades de aprendizaje permanente para todos y de aumentar el número de personas con las competencias necesarias para acceder a un empleo. Por ello, dentro del ecosistema formativo, las universidades también deben ofrecer microformaciones dentro de su oferta propia, aprovechando su posición y conocimiento, encontrando los ámbitos para los que estén mejor posicionadas, y teniendo claro el propósito y las necesidades del alumnado al que se dirigen.
Así, según el propósito, las microcredenciales universitarias pueden servir tanto para recalificar a profesionales con estudios y conocimientos previos, como para reorientar a otros hacia una nueva actividad o empleo e, incluso, como una nueva vía para acceder a la formación universitaria reglada. El objetivo es garantizar la formación de las personas adultas a lo largo de la vida, mediante cursos formativos con un gran impacto laboral y educativo, que respondan a sus necesidades o carencias.
No es tarea fácil, y obliga a las universidades a estar aún más atentas a las necesidades formativas presentes y futuras, así como a colaborar entre ellas y con las empresas y sectores destinatarios de la formación. De ello no sólo depende nuestro futuro individual y colectivo, sino también el futuro de las propias universidades como referentes educativos y entidades acreditadoras de conocimiento.
El valor de aprender ya no estará únicamente en lograr títulos, tras años de estudios y exámenes, sino que también será necesario comprender el entorno, saber utilizar las herramientas adecuadas en cada momento y estar preparados para el cambio. Y todo ello será posible mediante programas de formación permanente que permitan a las personas adquirir conocimientos y competencias para mejorar su empleabilidad a lo largo de la vida laboral. Las microcredenciales quieren servir a este propósito, y tengan por seguro que las universidades también.