Controlar o no controlar
Si no confiamos en las personas acabarán notándolo y serán esquivas
Hace pocas semanas que he empezado a dar clases en el GBBA de EADA. Tengo alumnos muy jóvenes, muchos por debajo de la veintena. Son alegres y vivarachos pero al mismo tiempo cumplen con los compromisos y saben cuándo es el momento de concentrarse y escuchar.
En plena sesión, uno de los alumnos se levantó y, dirigiéndose a mí, me dijo, en inglés, si podía ir al baño. Quedé estupefacto y balbuceé que por supuesto que podía. ¿Cómo le iba a decir lo contrario? Luego pensé que quizá les habían dicho, desde la dirección del programa, que tenían que pedir permiso al profesor para salir del aula.
Para un admirador que soy de la obra de Michel Foucault, el filósofo francés que dedicó una gran parte de su trabajo a reflexionar sobre la vigilancia, el control y los castigos, la anécdota no es baladí. En aquel momento yo ostentaba el poder en el aula, y ese alumno estaba bajo unas determinadas reglas disciplinarias. Yo podía decirle «lo siento, no es momento de salir de clase, vamos a hacer un ejercicio para el que necesitamos estar todos» o algo parecido.
Pudo más mi espíritu ácrata, el mismo que me ha llevado siempre a defender los máximos grados de libertad en las empresas. Siempre he pensado que las estructuras organizativas de corte clásico acaban tratando a las personas como piezas de un engranaje, aunque a veces no se dan cuenta. Para mí, la organización ideal es la que tiene un propósito noble y que cuenta al máximo con cada uno de sus integrantes. Eso es muy fácil de decir pero no hay tantas empresas que lo lleven a cabo hasta las últimas consecuencias.
¿Controlar o no controlar? Si no confiamos en las personas acabarán notándolo y se comportarán de forma esquiva, escatimando esfuerzos y pensando solamente en cobrar a final de mes. Si, por el contrario, confiamos en ellas, lograremos que tomen decisiones de forma autónoma, siempre dentro de unos límites razonables, y disfruten de su actividad profesional.
Las mejores organizaciones saben todo esto y procuran crear las condiciones para que sea posible. Sus líderes ya no pierden el tiempo controlando a sus empleados sino que aprenden a hacer que el poder circule de manera fluida y equilibrada. Siempre tendrán la última palabra, pero procuran que eso pase pocas veces. Es una nueva manera de dirigir que parece utópica pero que si queremos avanzar hacia una sociedad más justa deberíamos empezar a impulsar.
Cuando tenía diecinueve años no quería que me dijeran lo que tenía que hacer. Agradecía las ayudas y los buenos consejos pero me gustaba tener autonomía y capacidad de decisión. Me encantaba equivocarme. Reconocerlo y volverlo a intentar. Sin imposiciones.
Franc Ponti es profesor de innovación en EADA Business School