Eli Bonfill: La divulgadora del fondo marino

Oceanógrafa. En L’Ametlla de Mar creó la empresa Plàncton, dedicada por una parte al submarinismo y el snorkel y por otra, a proyectos de conservación y divulgación de la biodiversidad marina

Eli Bonfill (Sant Celoni, 1983) ha hecho de su pasión por el mar una forma de vida. Llegó a les Terres de l’Ebre «por amor» y al pasar por L’Ametlla de Mar, quedó enamorada de su costa. «Mi pareja es de Roquetes y cuando venía a verle me asomaba a la ventana del tren para ver mejor esas calas. Un día fui a conocerlas y me acabaron de conquistar», explica.

Esta licenciada en Ciencias del Mar, con masters en Oceanografía y Divulgación Científica, creó, junto con su amiga de estudios Aurora Requena, la empresa Plàncton en L’Ametlla de Mar. Era 2012. «Mi idea era trabajar un tiempo para otros para luego montar mi propio proyecto, pero la crisis me obligó a avanzar los planes».

Empezaron imaginándose una consultoría marina, que hiciera estudios sobre el mar, proyectos de divulgación y educación ambiental. «Queríamos hacer salidas de snorkel con gente para descubrirles el mar, pero no lo pensábamos como algo muy turístico». Pero estas salidas de snorkel tuvieron mucho éxito y el proyecto fue evolucionando, hasta que al cabo de tres años montaron también un centro de submarinismo.

Cada año muestran los secretos del mar a más de 2.000 personas (sin contar con los proyectos escolares), en Cala Vidre, Calafató, Sant Jordi o el puerto de Calafat.

El principal atractivo de la costa calera son sus prados de posidonia, los más extensos de Catalunya. Se trata de una planta marina típica del Mediterráneo que muestra la buena calidad de las aguas; y a su alrededor hay muchísima biodiversidad, más de 700 especies asociadas, explica Bonfill.

Una riqueza que se está viendo trastocada por el cambio climático y por fenómenos como el temporal Gloria. «Aquel temporal fue devastador para la costa. Ha costado, pero el fondo marino por fin se ha recuperado».

Según relata, el cambio climático hace que tengamos más días de buen mar que antes. Pero por otro lado, las altas temperaturas hacen que el agua se caliente y eso no favorece la vida. «La temperatura normal del Mediterráneo en verano son 25-26 grados, con picos de 27 o 28, pero el año pasado tuvimos cuatro meses de 28 grados sostenidos, de junio a septiembre», detalla. Esto provocó la desaparición de muchas especies, que buscaron zonas más hondas con mejores temperaturas. «Por ejemplo, fue muy difícil poder ver pulpos. Y la posidonia se estresó mucho y floreció masivamente», explica.

Entre las actividades que proponen en Plàncton Diving, una de las más originales el un escape room marino. Un proyecto que arrancó el año pasado, cuando ganaron un concurso de proyectos de turismo de aventura sostenible en el Mediterráneo. Se trata de pruebas de habilidad e ingenio con el objetivo de salvar la posidonia. Hay las versiones de snorkel, submarinismo y también en la playa, pensando más en los niños.

Otro de los proyectos que han puesto en marcha, con la Confraria de Pesadors de L’Ametlla de Mar, es Cala-Sepia. «Ponemos en el agua una instalación con ramas que favorece la reproducción de esta especie. El año pasado ya lo hicimos y fue muy bien y este año ya hemos visto que se han puesto los primeros huevos», comenta.

En el ámbito de la divulgación, durante el curso escolar ofrecen actividad de snorkel y talleres sobre la pesca o la biodiversidad marina, mientras que en verano organizan el Casal d’Estiu Científic, en carpas en la playa en el puerto de Calafat. «El objetivo es que los niños conozcan el mar a través del snorkel y de la ciencia».

También colaboran con la Biomarató de ciencia ciudadana, para conocer mejor la biodiversidad de la costa del sur de Catalunya. «La mayoría de estudios hasta ahora se han centrado en la zona norte del país, en las Illes Medes o el Cap de Creus, pero aquí también hay una gran riqueza», asegura.

El objetivo es que «la gente que usa el mar», para pasear, navegar o sumergirse, fotografíe lo que ve, aunque no sepa lo que es. De este modo se consigue una base de datos, a partir de una competición amistosa. Entre las especies avistadas hay por ejemplo rayadas, y la iniciativa también permite alertar sobre especies invasoras, como en su momento fue el cangrejo azul.

A Eli Bonfill sumergirse en el mar le aporta tranquilidad. «Es un lugar muy seguro, no tengo la sensación de estar en riesgo, y me gusta el paisaje submarino, me da paz. Me pasa también con los bosques terrestres. Te alimentan el alma», remarca.

Su pasión por el mar le viene de familia, en concreto de su padre. «Íbamos a la playa siempre que podíamos, principalmente al Maresme pero también a la Costa Brava o a la valenciana en vacaciones, y ya de muy pequeñita me dio gafas y tubo para que fuera con él». Un amor por el medio marino, y en general por la naturaleza, que transite ahora a su hija Ona.