El Reus vence al Barça en el templo

Los rojinegros igualan la serie de semifinales ante el Barça tras vencer en el segundo partido que se ha disputado en el Palau d’Esports (4-3)

Diego Rojas se atrevió con una aventura de apariencia estéril en el primer bocado del clásico. Algunos de los y las hinchas ni siquiera habían ocupado posiciones, apuraron el último trago de cerveza. Pecado capital.

El templo gritó de éxtasis con la osadía de su chileno, que cuando había perdido la perspectiva frontal de la portería de Sergio Fernández, utilizó el recurso de la media vuelta para salir airoso. Cualquiera de los que siguió la evolución de la maniobra, le había perdido la fe. Solo Rojas creyó y acertó. Su remate se coló entre un mar de piernas y perforó al arquero azulgrana. Apenas se habían consumido 55 segundos.

El segundo partido de la serie semifinal entre Reus y Barça se rompió antes de lo aconsejable para sus técnicos, que en la estrategia habían diseñado poco ruido para madrugar, pero cuando te encuentras con un regalo como el de Rojas en casa, resulta imposible renunciar a él. Aunque el luego el Barcelona, como de costumbre, te someta.

En realidad, el Reus protagonizó una puesta en escena fabulosa, muy convencido de su plan e inyectado de autoestima con esa ventaja inicial. El escenario pedía personalidad y manejar los tiempos, sobre todo en la dificultad. No dejarse ir. Ese equilibrio emocional indispensable para gestionar a un rival como el Barcelona lo exhibió el equipo de Garcia, que se acercó al 2-0 con otra acción que Rojas no acabó en el segundo poste. Se la había servido con ritmo caribeño Marc Julià.

La segunda unidad

El Barça activó la rotación y le sentó bien la segunda unidad, comandada por el durísimo Marc Grau, un tipo que nunca aparece en las listas de purpurina y glamour, pero los servicios que ofrece a su entrenador no admiten sospechas. Se descuidó una vez el Reus y lo aniquilaron. Llorca, hábil en el espacio libre del área, el que no miran los defensores, recogió una pelota mordida para igualar al cuarto de hora. Cualquier medio segundo de confusión lo aprovecha el Barcelona para destruir la euforia rival. No necesita ni la brillantez en el juego.

Fue entonces cuando se activó el primer aviso de auxilio para los locales, que precisaron apretar los dientes y sujetar el vértigo que su rival impuso con contundencia. Hasta el punto que no bastó con achicar agua. Los azulgranas tomaron ventaja con un arrastre al ángulo del precoz Cervera, que ya se expresa con los mayores con la naturalidad de un veterano. No le viene grande ningún traje.

Ante la desventaja y el sudor frío, el Reus, en lugar de sodomizarse, se sublevó. Enseñó rebeldía para sobrevivir y conquistó ese propósito. Halló botín arropándose en la ambición de Aragonès, que antes del intermedio convirtió el 2-2 con un fundamento extraño, poco ortodoxo, pero válido. Se revolvió en el corazón del área y sorprendió a Fernández. Esa diana significó oxígeno puro, aire fresco de cualquier cima pirenaica. Una terapia psicológica. El intermedio, incluso, comparecía en el instante adecuado.

El ritmo de Julià

Además de ese instinto competitivo incansable de Aragonès, el Reus conoce perfectamente que, si desea conservar alguna opción de éxito en la eliminatoria, necesitaba viajar a lomos de Marc Julià, un especialista en controlar las pulsaciones del juego. Entiende cuándo debe acelerar y cuándo debe sujetarse, ante el Barcelona confirmó su condición de mente pensante, su cerebro es un privilegio oculto.

Garcia optó por mezclar de forma distinta a sus jugadores en la rotación del desenlace. La apuesta le salió mejor, porque el Reus encontró una mayor continuidad en su propuesta. La perfección, no, porque careció de tino en la pelota parada y le pudo penalizar.

Martí Casas no definió la primera directa del clásico, aunque poco después, casi de la nada, se inventó un gol de devorador, de interior de toda la vida, con el Barça en inferioridad numérica por azul a Grau. Casas tiene eso, lo que todos los hijos del gol, el colmillo para convertirse en héroe cuando solo parecía actor de reparto. Su remate se coló en el resquicio más invisible, entre las guardas de Sergio Fernández. Restaban 13 minutos para la conclusión.

Con en el entusiasmo que propusieron, resultó inevitable que las dos escuadras alcanzaran las diez faltas. Como casi siempre en el hockey actual, la pelota parada pudo significar la diferencia. Pudo, pero no. Por una vez, no. Ni Bargalló ni Julià pasearon precisión en sus respectivos intentos y el resultado no se modificó.

En realidad, el guión le guiñó el ojo al Reus para la sentencia. Aragonès se plantó ante Fernández, en un mano a mano definitivo. El guardameta blaugrana solventó la amenaza y en la transición posterior, Alabart, con una ejecución de muñeca deliciosa, vitalizó al Barça con el 3-3. La prórroga se frotaba las manos, el Reus lamentaba perdones.

De nuevo, ante la dificultad, los de Garcia controlaron los biorritmos sentimentales y, arropados en el aliento de su gente, renacieron. El director de la película se había reservado un final optimista. Aragonès se desquitó del error anterior gracias a la puntería que sí mostró en un tiro desde media distancia que destrozó el ángulo de Fernández. Ya nada pudo destronar al Reus, que celebró el 1-1 en la serie con disparos de champán y se citó con su enemigo para el próximo viernes. Hay vida.

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