El calvario de Carolina Marín

La onubense sufrió su tercera lesión de rodilla justo cuando vislumbraba su segunda final olímpica

«Me he roto». Carolina Marín ya lo sabía cuando fue a buscar un volante cerca de la red y la rodilla no le aguantó. «Me he roto», le dijo a su entrenador en la primera mirada que cruzaron. Ahí, las primeras lágrimas, la rabia, la desesperación, Fernando Rivas fue a buscarla, más a consolar que a ayudar. Sabían los dos que eso era imposible de levantar. En el suelo del pabellón de la Porte de la Chapelle se habían quedado la rodilla derecha, las ilusiones, ocho años de sacrificio y espera, otras dos lesiones parecidas. Ahí se había quedado Carolina Marín.

Lo intentó. Se sentó en el banquillo, intentó encontrar el aire, apaciguar el dolor emocional más que el físico, ver alguna esperanza en esa rodillera que podía otorgarle unos minutos más, solo unos minutos más. Es lo que necesitaba para acercarse a la final, porque el marcador iba a su favor, como todo lo demás, por 21-14 y 10-6. Solo estaba a once puntos de alcanzar, al menos, la plata, rota toda posibilidad de disputar el oro en el último partido. Pero la rodilla no aguantaba, ni siquiera con toda la adrenalina de la situación y la fuerza de voluntad con la que ha construido su carrera y su personalidad. Arrastró la pierna un par de puntos antes de claudicar, con todo el dolor que suponía después de tanto esfuerzo.

Arrodillada en la banda, con Rivas protegiendo su cuerpo como tratando de cargar en sus hombros el peso de esa derrota tan cruel. No quiso marcharse de allí en la silla de ruedas que le ofrecía la organización. Quiso hacerlo de pie. Nadie iba a hincar su rodilla, solo la rodilla misma.

Agradeció entre lágrimas y saludos el apoyo de una grada que se había quedado en silencio, conteniendo la respiración, cuando cayó al suelo. Que se había quedado helado con las imágenes, con los recuerdos de aquella otra rodilla, y de esa misma más tiempo atrás. Que se había quedado incrédulo, corazón encogido y sobrecogido por las lágrimas, por el dolor íntimo de Carolina y colectivo del deporte.

A pie, porque nadie iba a tumbar su orgullo, salió Carolina Marín de la Porte de la Chapelle, con su última exhibición de bádminton a su espalda, con su última participación olímpica, salvo que obre un milagro de los suyos, porque se van acumulando los años y las cicatrices en cuerpo y alma.

A falta de las pruebas médicas que se iba a realizar de inmediato, suma Carolina Marín otra lesión grave en la rodilla, en la que ya tenía cosido otro tiempo oscuro. En 2019 se rompió el ligamento cruzado de esta misma articulación. El origen de un calvario que hoy se reproduce, todavía con más amargura, más inoportuno el momento, más tormentoso el premio que se pierde. Posiblemente, más definitivo.

Se lo produjo en enero, en el Masters de Indonesia. En la recepción de un golpe en un salto se le quebró el ligamento cruzado anterior. Se operó en los siguientes días y comenzó una recuperación que se alargó a los ocho meses. «Hay momentos de desolación, miedo, incertidumbre. Yo no sé cómo va a salir esto, si volveré a ser la de antes», admitía recordando aquel proceso oscuro del que salió con más sesiones en el diván, con María Martínez, que con sesiones de fisio. Salió del túnel a lo Carolina: más fuerte, más entera, mejor. Como si no hubiera pasado nada porque continuó su progresión imparable, pero sí había pasado en ella. Una primera cicatriz en el cuerpo.

El sueño de Tokio, «a la basura» Pero llegó una segunda, que también se clavó en el alma. Porque llegó en otro momento crucial en su carrera, a dos meses de los Juegos de Tokio 2020. Esos que se habían aplazado por la pandemia y para los que se había preparado a conciencia después del que había sido su peor momento como profesional.

Sin embargo, en ningún momento se plantearon que no pudiera volver. Al contrario, sabían que volvería mejor, mucho más competitiva. Lo hizo. «No ha sido fácil, ha sido incluso más duro que la primera lesión porque ocurrió a dos meses de los Juegos. El sueño que tanto quería se ha ido a la basura. Los primeros días me costó muchísimo. Han sido dos años complicados, llenos de baches que la vida me ha puesto enfrente, pero los voy a superar», confirmaba tras aquella segunda lesión sufrida en mayo de 2021, recordando también que en ese periodo falleció su padre.

Acompañada de su psicóloga María Martínez, Fernando Rivas y el resto del equipo, encontraron una luz que la levantaba cada día de ese agujero y que llegaba de la Torre Eiffel. Pero Carolina se volvió a romper.

Ayer se supo el alcance de la lesión. Sufre una rotura del ligamento cruzado anterior de su rodilla derecha y una rotura del menisco interno y externo.