Au revoir, París 2024
La gran despedida de los Juegos Olímpicos se desarrolló en el Estadio de Francia ante 71.500 espectadores. La capital francesa pasó el testigo a Los Angeles, sede de 2028
El nadador Léon Marchand, que ha sido la gran sensación entre los campeones franceses de estos Juegos Olímpicos, fue el gran protagonista del comienzo de la ceremonia de clausura de París 2024, al recoger la llama de los jardines de Tullerías, donde ha estado ubicada desde el pasado 26 de julio.
La gran despedida de los Juegos de París, que se desarrolló en el Estadio de Francia ante unos 71.500 espectadores, comenzó con un pequeño recordatorio en vídeo de los grandes momentos de la ceremonia inaugural y un número musical de la cantante francesa Zaho de Sagazan, acompañada por el coro de la Academia Haendel-Hendrix.
Juntos interpretaron también en las Tullerías los célebres acordes de Sous le ciel de Paris, una canción escrita por Hubert Giraud y Jean Dréjac originalmente grabada por Jean Bretonnière, que a lo largo de la historia han interpretado iconos de la música francesa como Édith Piaf. Pero fue cuando la imagen reveló a la figura de Marchand, ganador de cuatro oros y un bronce en estos Juegos, cuando el público del Estadio de Francia arrancó en una verdadera primera gran ovación de sorpresa. El nadador de 22 años fue el encargado de recoger la llama olímpica en un pequeño candil.
Mientras, en el Estadio de Francia, ante un gran escenario de aspecto futurista preparado en el centro de la pista, se encontraban ya figuras como el presidente francés, Emmanuel Macron, el primer ministro, Gabriel Attal, y el presidente del comité organizador de estos Juegos, Tony Estanguet.
La ceremonia también sirvió para que París pasase el relevo a Los Ángeles, sede de los Juegos de 2028, con lo que hasta la capital francesa viajó también para esta clausura Douglas Emhoff, el marido de la vicepresidenta estadounidense y aspirante presidencial, Kamala Harris. Se llevó la bandera el actor Tom Cruise en persona y simuló en un montaje como la trasladaba en avión hasta Los Ángeles.
Los Juegos de París 2024 dejarán muchas postales para el recuerdo. La pista de vóley playa ubicada en el Campo de Marte, a los pies de la Torre Eiffel, las pruebas hípicas en los jardines de Versalles o incluso el contrapunto polinésico del surf en Tahití han completado un brillante álbum de fotos y han colocado el listón decorativo a unas alturas difíciles de alcanzar por Los Ángeles, Brisbane o la siguiente ciudad en la que aterrice la antorcha. No obstante, aunque los escenarios no sean tan suntuosos, la idea de que los Juegos Olímpicos salgan de los estadios y ocupen calles y plazas públicas ha conquistado a los dirigentes del COI y será una tendencia creciente en las próximas ediciones, siempre y cuando se puedan resolver los desafíos de seguridad.
Los organizadores de París 2024 respiran aliviados. La coyuntura internacional, muy inestable, con varias guerras abiertas en todo el mundo y la perenne amenaza yihadista, elevaba el riesgo a niveles de sirena y lucecitas rojas, pero la situación ha ido ganando en tranquilidad a medida que se superaban los días. Los comienzos resultaron muy poco prometedores. El partido Argentina-Marruecos de fútbol, que se celebró el 24 de julio en el estadio Geoffroy-Guichard de Saint Etiénne, tuvo de todo: invasión de campo, robos en los terrenos de entrenamiento, quema de petardos... La policía se vio incapaz de contener a una muchedumbre excitada, lo que abrió inquietantes interrogantes en vísperas de la apertura oficial de los Juegos. París, sin embargo, estaba tomada por la Gendarmería y el ejército.
Aunque medir el éxito de unos Juegos por la cantidad de público que se reúne en las sedes quizá sea poco relevante en la época de la televisión y de las audiencias millonarias, en París hubo llenazos continuos, música a todo volumen, luces de discoteca, buen humor y animación constante en todos los deportes.
En los pabellones sonaban clásicos de la canción francófona como Johnny Hallyday o Céline Dion, pero el estribillo de los Juegos, repetido por alguna razón hasta la saciedad, fue el Freed from desire de la italiana Gala Rizzatto, coreado y bailado con entusiasmo por un público con muchas ganas de pasárselo bien. Después de los Juegos de Tokio, lánguidos y silenciosos, atenazados por la covid, en París se ha vivido un estrépito de gozo. Regresaron los aplausos, las ovaciones, los cánticos, los gritos, los besos sin mascarilla.
El Sena, protagonista
El protagonista de estos Juegos ha sido el Sena. En él no solo se hizo el desfile inaugural, sino también el triatlón y la prueba de natación en aguas abiertas. La insistencia en que los deportistas se lanzasen de cabeza al río parisino, que lleva décadas contaminado y en el que se mueven corrientes impredecibles, sonó más a obtusa cabezonería que a brillante propósito.
Las pruebas deportivas se hicieron, no sin suspense, pero el objetivo de habilitar zonas de baño popular en el río sigue siendo hoy una quimera.
Entre las volutas y los oropeles de la ciudad de la luz se esconden también pequeñas oscuridades. Las quejas de los atletas por la falta de confort o por la deficiente comida de la Villa Olímpica han sido frecuentes. Se hizo viral la chocante imagen del nadador italiano Thomas Ceccon, medalla de oro en los 100 metros espalda, durmiendo en un parque para huir del calor aplastante de su habitación. «Todo el mundo me dice que ha sido la peor Villa Olímpica de la historia», clamó. Biles lamentó el mal sabor del menú y el nadador Adam Peaty aseguró haber encontrado gusanos en su pescado. Un ataque especialmente doloroso para un país que presume con enorme convicción de ser el corazón de la gastronomía mundial.
Finalmente, los problemas del París del subsuelo, con escasas facilidades para las personas que van en silla de ruedas o sufren de las articulaciones, también se han hecho evidentes en vísperas de la celebración de unos Juegos Paralímpicos, del 28 de agosto al 8 de septiembre.
La fiesta del deporte abandona ya Francia. El Louvre, los Inválidos, el puente Alejandro III, el castillo de Versalles y el Gran Palais recuperarán su inmóvil y centenaria majestad, pero, como en uno de esos álbumes familiares que guardan recuerdos insólitos, guardarán para siempre las imágenes de veinte días frenéticos de carreras, saltos, combates, aplausos, asombros, derrotas, lágrimas, medallas y banderas al viento.
Au revoir, París 2024