Yoel Vargas, flamenco de barrio

El tarraconense, de 19 años, se está haciendo un hueco destacado en el panorama nacional del flamenco. Formado en el Conservatorio Profesional del Institut del Teatre de Barcelona, reside en Madrid, donde se mueve el cotarro de su mundo. Crea sus propios espectáculos y baila en la compañía de Manuel Liñán. Ha triunfado en Nueva York, Miami, México o Bogotá

La primera vez que Yoel Vargas actuó en público tenía solo tres años y «un pánico escénico desbordado». «El baile me lo sabía perfectamente, pero cuando bajé del escenario me puse tan nervioso que vomité», recuerda. Fue en las fiestas de Torreforta. En los barrios de Ponent de Tarragona, tierra de muchos inmigrantes andaluces que llegaron en los sesenta y setenta, se respira flamenco por los cuatro costados. Vargas mamó ese ambiente desde pequeño en Campclar, donde se crio.

«Allí se valora mucho este arte. He crecido viendo que las calles se llenaban de familias que amaban el flamenco en cada festival de las academias de barrio», cuenta.

A él, la afición le viene de ver bailar a su hermana en su casa. «Yo desde chiquitín quise bailar flamenco como lo hacía ella», comenta. Al principio lo veía como un juego, un pasatiempo: «Me ponía en la buhardilla de casa a improvisar cualquier canción antes que a jugar con muñecos».

Pero según fue creciendo, se dio cuenta de que el flamenco más que un hobby era su vida. Con nueve años empezó a formarse profesionalmente y a tomar clases puntuales con maestros por toda España: Granada, Barcelona, Madrid...

Ese poso le convirtió en el gran bailarín, bailaor y coreógrafo –como él mismo se autodefine– que es hoy. A sus 19 años le han aplaudido por medio mundo: Nueva York, Miami, Londres, México DF, Bogotá... Triunfa con sus propias creaciones y como miembro de la compañía del granadino Manuel Liñán.

«Aparte de bailar me encanta viajar, poder juntar esas dos cosas es un regalo. Y ver que el flamenco es universal y se entiende vayas donde vayas me deja impresionado».

Estudió en La Salle de Torreforta. Era buen alumno, pero le prestaba más atención al baile que a los libros. Cuando terminó el colegio se mudó a Barcelona e ingresó en el Conservatorio Profesional del Institut del Teatre. «Me fui de casa joven, pero siempre con ayuda de mis padres, nada duro», asegura.

Echa de menos la playa

Vargas es una persona muy inquieta, con ganas de aprender y crecer profesionalmente. No sabe estarse parado. Después de graduarse en 2021, se trasladó a Madrid, «donde estamos gran parte de los artistas de este mundo. Me encanta mi vida en Madrid, pero echo muchísimo de menos la playa y la comida de mi madre», reconoce.

Trabajo no le falta. El próximo viernes estrenará una pieza con Juan Manuel de las Heras, un músico que procede de lo clásico, pero que juega con otros estilos, como el flamenco y el jazz. Y entretanto, de tablao en tablao, «la rutina de los artistas flamencos».

Físicamente, está hecho un pincel, se nota que se cuida muchísimo. «Ser bailaor requiere constancia, tienes que estar en forma siempre, no solo física, sino también mentalmente. Estoy en un punto en que trabajo a diario, ya que, aparte de la compañía, estoy habitualmente en el tablao. Ese es el mejor entrenamiento. El día que no tengo trabajo voy al estudio», explica.

Sus bailaores de cabecera son Carmen Amaya, Antonio Ruiz ‘El Bailarín’, Antonio Gades o Farruco, pero también se fija en figuras de otras disciplinas, como Federico García Lorca, Michael Jackson o Salvador Dalí.

A pesar de su juventud, acumula ya una importante colección de premios y reconocimientos. Destaca tres: el de la Fundación AISGE al bailarín sobresaliente en el Certamen de Coreografía de Madrid; el de interpretación en la Convocatoria Nacional de Castellón y el honorífico de las enseñanzas profesionales de danza de Catalunya. «El éxito no me da vértigo, pero sí tener que dejar de bailar en algún momento», afirma.

Sus aficiones para desconectar del ajetreo del día a día están íntimamente ligadas a su arte. «Me encanta escuchar música. Un bailaor tiene que estar interesado en el cante y el toque –una forma de tocar la guitarra– y escuchar todo tipo de clásicos; y un coreógrafo lo tiene que escuchar todo porque se enriquece a la hora de crear». En su playlist suenan Paco de Lucía, Camarón de la Isla, Paquera de Jérez, Rosalía, Nathy Peluso o C. Tangana.

Esa fusión de gustos da forma a sus espectáculos, en un momento en el que ser artista puede ser una odisea. «Me encantaría crear, crear y crear sin tener que mirar el lado económico. A los artistas emergentes nos cuesta darnos a conocer como coreógrafos y no tener dinero y no recibir subvenciones te limita a la hora de crear», lamenta.

Suspira por estrenar una obra en compañía «en un sitio o festival emblemático. Obviamente, esto puede llegar o no, pero soñar es gratis».