Vacía de gente, llena de historia

Paseando por Sefarad Castilla y León

Que Castilla y León tiene muchos lugares atractivos, no ofrece duda. Pero nos vamos a detener en tres puntos focales que llamaron nuestra atención: el románico palentino, el Canal de Castilla, y Atapuerca.

El románico palentino

Hubo un tiempo en el que, aparte de Mariano Haro -un atleta que ganó 27 campeonatos de España-, poco más se sabía de Palencia. Y cuando se la nombraba, se añadía el matiz clarificador «con ‘P’ de Palencia», para que no se la confundiera con la capital del Turia. Tanto era así que se le llamaba la bella desconocida. Hasta que los palentinos se dieron cuenta de que el buen paño ya no se vende en el arca, y hoy exhiben su género, una de cuyas piezas más valiosas es el románico diseminado por la provincia. Y no es que el románico esté solo allí, sino que el de allí es singular. Veamos algunas muestras.

Aguilar de Campoo se caracteriza por las galletas, el viento frío del norte y ser el epicentro del románico palentino. Las galletas han venido a menos (de cinco fábricas solo quedan dos), hasta el punto de que apenas se percibe el característico olor que desprendía el pueblo. Las otras dos facetas persisten, a juzgar por el frío que hace fuera de la canícula y por el valioso románico que hay en 50 kilómetros a la redonda.

El monasterio de Santa María la Real de Aguilar es la joya de la corona. Una placentera visita con César del Valle, experto en románico, permite conocer algunas curiosidades: que el monasterio se concibió como románico y se acabó como gótico, que el románico se perpetuó gracias a que la pobreza de la zona no alcanzaba para cambiar a nuevas corrientes constructivas, y que los monjes utilizaban la «filosofía Lego» para adecuar las construcciones -añadiendo o suprimiendo espacios- a las necesidades de los moradores. La desamortización de Mendizábal provocó la ruina del monasterio, hasta el punto de que en 1871 los mejores capiteles y algunos sepulcros se llevaron al Museo Arqueológico Nacional de Madrid... y allí continúan retenidos, una situación que recuerda la de los frisos del Partenón en el British Museum. La Asociación de Amigos del Monasterio, liderada por Peridis, acometió una profunda restauración, convirtiendo el monasterio en un dinámico centro que, además del museo, alberga un Instituto de Secundaria, un centro de la UNED y el Centro de Estudios del Románico.

Abel de Roba, un entusiasta vecino de Olleros del Pisuerga, enseña orgulloso la iglesia rupestre de los Santos Justo y Pastor, formada por una sucesión de estilos artísticos, con predominio del románico. Su singularidad radica en que está excavada en la ladera de una montaña de arenisca, horadada a golpe de pico y pala. De ahí que algunos le llamen la pequeña Petra, una comparación generosa diría yo, dada la inmensidad inabarcable de la antigua ciudad jordana. El interior de la iglesia está ocupado por distintas dependencias, con un pequeño coro elevado. Y una curiosidad: en el solsticio de verano el sol entra hasta el altar al ponerse. ¿Casualidad o ingenio humano?

Carrión de los Condes es una apacible ciudad que alberga tres importantes edificios románicos: el monasterio de San Zoilo, la iglesia de Santa María del Camino y la iglesia de Santiago, cuya fachada oeste -una de las más famosas del románico español- flanquea la plaza Mayor.

Desde Carrión a Frómista -20 kilómetros por Tierra de Campos- la carretera discurre paralela a la ruta jacobea. Y al final, en pleno centro de Frómista, el premio: la iglesia de San Martín de Tours, uno de los edificios más admirados y estudiados. Y, en opinión de Jaime Nuño (historiador experto en románico), el más controvertido, pues su restauración a principios del siglo XX fue tan radical que el edificio se desmontó -en buena parte- hasta los cimientos.

El Canal de Castilla

Si el viajero busca aventura, precisamente en Frómista tiene a su alcance una muy singular: navegar en barco por el Canal de Castilla, que discurre por las provincias de Palencia, Burgos y Valladolid a lo largo de 207 kilómetros.

Viene de lejos el sueño castellano de una salida fluvial al mar para transportar los cereales y la lana hasta los puertos del Cantábrico, antesala de los mercados europeos. La idea se remonta a los Reyes Católicos, y comenzó a materializarse en tiempos de Fernando VI con la construcción del Canal de Castilla, una obra que, utilizando las aguas del Pisuerga y del Carrión, facilita la movilidad fluvial en pleno corazón de una región tradicionalmente seca.

El canal supera un desnivel de 150 metros salvados con 50 esclusas. Las obras comenzaron en 1753 y acabaron en 1849. ¡Un siglo, casi! Solo una década duró el transporte por el canal, pues pronto le salió un competidor, el tren entre Valladolid y Alar de Rey (casi paralelo al canal), más rápido, más barato y con mayor capacidad de transporte.

El Canal de Castilla se utiliza hoy como atractivo turístico (navegación en barco por varios tramos, paseos a pie, a caballo o en bicicleta...), regadío (40.000 hectáreas) y consumo de boca (200.000 personas).

Unos opinan que ésta es la mayor obra de ingeniería civil del siglo XVIII, el sueño fluvial de la Ilustración, la ilusión colectiva de un pueblo. Otros en cambio lo consideran un delirio faraónico, una quimera, un sueño que acabó en fiasco. Porque, ¿cómo pensaban los ingenieros salvar la cordillera Cantábrica?

No obstante, aunque su utilidad está a años luz de las expectativas iniciales, navegar por el Canal de Castilla es un placer.

Atapuerca

Un enclave excepcional de Castilla y León es Atapuerca. Sus yacimientos son un referente para el estudio de la evolución humana. Recorrer aquella vieja trinchera del ferrocarril de la mano de Eudald Carbonell un día soleado es toda una experiencia.

Una cascada de datos abruman al visitante. Algunos casi inabarcables, como la existencia en Atapuerca de vestigios humanos de casi un millón y medio de años, de los que solo se ha excavado una milésima parte. La aparición de nuevas técnicas y la dedicación de una legión de personas hacen prever un aumento considerable del porcentaje en el futuro. Según Carbonell, los próximos cien años serán cruciales para conocer la historia de la humanidad.

Otros datos quedan más a nuestro alcance, como que Atapuerca es la cuna del primer europeo, que fue declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO el año 2000 (curiosamente el mismo que la Tarragona Romana), y que la particularidad del conjunto radica en la gran cantidad de vestigios en la misma zona, lo que hace que sea el lugar ideal para conocer a nuestros antepasados.

Digno complemento de Atapuerca es el Museo de la Evolución Humana de Burgos, el escaparate donde se exhiben los hallazgos de sus yacimientos. Se trata de un moderno y espacioso edificio enclavado en el centro de la ciudad, que contrasta con el casco antiguo, incluida la catedral. Allí se expone una especie de buque insignia de Atapuerca: el cráneo original de Miguelón, apodado así en honor de Miguel Indurain, nuestro mejor ciclista, encontrado en la Sima de los huesos en 1992. Atapuerca y el Museo han sido un revulsivo para Burgos y la comarca, con alto impacto social, económico y cultural.

La relación entre Atapuerca y Tarragona es intensa y muy especial. Y su hilo conductor Eudald Carbonell, codirector de los yacimientos y, a la vez, catedrático de la URV y director fundador del Institut Català de Paleoecología Humana i Evolució Social (IPHES), dos instituciones genuinamente tarraconenses. Esa vinculación a doble banda sirvió durante las últimas décadas como puente de plata a más de 600 investigadores del IPHES y de la URV para excavar con Carbonell en la sierra de Atapuerca. El año pasado sin ir más lejos, fueron 115.

La aportación de Tarragona a lo que hoy es Atapuerca ha sido, pues, muy importante. Podemos sentirnos orgullosos.

Que Castilla y León tiene muchos lugares atractivos, no ofrece duda. Pero nos vamos a detener en tres puntos focales que llamaron nuestra atención: el románico palentino, el Canal de Castilla, y Atapuerca.

El románico palentino

Hubo un tiempo en el que, aparte de Mariano Haro -un atleta que ganó 27 campeonatos de España-, poco más se sabía de Palencia. Y cuando se la nombraba, se añadía el matiz clarificador «con ‘P’ de Palencia», para que no se la confundiera con la capital del Turia. Tanto era así que se le llamaba la bella desconocida. Hasta que los palentinos se dieron cuenta de que el buen paño ya no se vende en el arca, y hoy exhiben su género, una de cuyas piezas más valiosas es el románico diseminado por la provincia. Y no es que el románico esté solo allí, sino que el de allí es singular. Veamos algunas muestras.

Aguilar de Campoo se caracteriza por las galletas, el viento frío del norte y ser el epicentro del románico palentino. Las galletas han venido a menos (de cinco fábricas solo quedan dos), hasta el punto de que apenas se percibe el característico olor que desprendía el pueblo. Las otras dos facetas persisten, a juzgar por el frío que hace fuera de la canícula y por el valioso románico que hay en 50 kilómetros a la redonda.

El monasterio de Santa María la Real de Aguilar es la joya de la corona. Una placentera visita con César del Valle, experto en románico, permite conocer algunas curiosidades: que el monasterio se concibió como románico y se acabó como gótico, que el románico se perpetuó gracias a que la pobreza de la zona no alcanzaba para cambiar a nuevas corrientes constructivas, y que los monjes utilizaban la «filosofía Lego» para adecuar las construcciones -añadiendo o suprimiendo espacios- a las necesidades de los moradores. La desamortización de Mendizábal provocó la ruina del monasterio, hasta el punto de que en 1871 los mejores capiteles y algunos sepulcros se llevaron al Museo Arqueológico Nacional de Madrid... y allí continúan retenidos, una situación que recuerda la de los frisos del Partenón en el British Museum. La Asociación de Amigos del Monasterio, liderada por Peridis, acometió una profunda restauración, convirtiendo el monasterio en un dinámico centro que, además del museo, alberga un Instituto de Secundaria, un centro de la UNED y el Centro de Estudios del Románico.

Abel de Roba, un entusiasta vecino de Olleros del Pisuerga, enseña orgulloso la iglesia rupestre de los Santos Justo y Pastor, formada por una sucesión de estilos artísticos, con predominio del románico. Su singularidad radica en que está excavada en la ladera de una montaña de arenisca, horadada a golpe de pico y pala. De ahí que algunos le llamen la pequeña Petra, una comparación generosa diría yo, dada la inmensidad inabarcable de la antigua ciudad jordana. El interior de la iglesia está ocupado por distintas dependencias, con un pequeño coro elevado. Y una curiosidad: en el solsticio de verano el sol entra hasta el altar al ponerse. ¿Casualidad o ingenio humano?

Carrión de los Condes es una apacible ciudad que alberga tres importantes edificios románicos: el monasterio de San Zoilo, la iglesia de Santa María del Camino y la iglesia de Santiago, cuya fachada oeste -una de las más famosas del románico español- flanquea la plaza Mayor.

Desde Carrión a Frómista -20 kilómetros por Tierra de Campos- la carretera discurre paralela a la ruta jacobea. Y al final, en pleno centro de Frómista, el premio: la iglesia de San Martín de Tours, uno de los edificios más admirados y estudiados. Y, en opinión de Jaime Nuño (historiador experto en románico), el más controvertido, pues su restauración a principios del siglo XX fue tan radical que el edificio se desmontó -en buena parte- hasta los cimientos.

El Canal de Castilla

Si el viajero busca aventura, precisamente en Frómista tiene a su alcance una muy singular: navegar en barco por el Canal de Castilla, que discurre por las provincias de Palencia, Burgos y Valladolid a lo largo de 207 kilómetros.

Viene de lejos el sueño castellano de una salida fluvial al mar para transportar los cereales y la lana hasta los puertos del Cantábrico, antesala de los mercados europeos. La idea se remonta a los Reyes Católicos, y comenzó a materializarse en tiempos de Fernando VI con la construcción del Canal de Castilla, una obra que, utilizando las aguas del Pisuerga y del Carrión, facilita la movilidad fluvial en pleno corazón de una región tradicionalmente seca.

El canal supera un desnivel de 150 metros salvados con 50 esclusas. Las obras comenzaron en 1753 y acabaron en 1849. ¡Un siglo, casi! Solo una década duró el transporte por el canal, pues pronto le salió un competidor, el tren entre Valladolid y Alar de Rey (casi paralelo al canal), más rápido, más barato y con mayor capacidad de transporte.

El Canal de Castilla se utiliza hoy como atractivo turístico (navegación en barco por varios tramos, paseos a pie, a caballo o en bicicleta...), regadío (40.000 hectáreas) y consumo de boca (200.000 personas).

Unos opinan que ésta es la mayor obra de ingeniería civil del siglo XVIII, el sueño fluvial de la Ilustración, la ilusión colectiva de un pueblo. Otros en cambio lo consideran un delirio faraónico, una quimera, un sueño que acabó en fiasco. Porque, ¿cómo pensaban los ingenieros salvar la cordillera Cantábrica?

No obstante, aunque su utilidad está a años luz de las expectativas iniciales, navegar por el Canal de Castilla es un placer.

Atapuerca

Un enclave excepcional de Castilla y León es Atapuerca. Sus yacimientos son un referente para el estudio de la evolución humana. Recorrer aquella vieja trinchera del ferrocarril de la mano de Eudald Carbonell un día soleado es toda una experiencia.

Una cascada de datos abruman al visitante. Algunos casi inabarcables, como la existencia en Atapuerca de vestigios humanos de casi un millón y medio de años, de los que solo se ha excavado una milésima parte. La aparición de nuevas técnicas y la dedicación de una legión de personas hacen prever un aumento considerable del porcentaje en el futuro. Según Carbonell, los próximos cien años serán cruciales para conocer la historia de la humanidad.

Otros datos quedan más a nuestro alcance, como que Atapuerca es la cuna del primer europeo, que fue declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO el año 2000 (curiosamente el mismo que la Tarragona Romana), y que la particularidad del conjunto radica en la gran cantidad de vestigios en la misma zona, lo que hace que sea el lugar ideal para conocer a nuestros antepasados.

Digno complemento de Atapuerca es el Museo de la Evolución Humana de Burgos, el escaparate donde se exhiben los hallazgos de sus yacimientos. Se trata de un moderno y espacioso edificio enclavado en el centro de la ciudad, que contrasta con el casco antiguo, incluida la catedral. Allí se expone una especie de buque insignia de Atapuerca: el cráneo original de Miguelón, apodado así en honor de Miguel Indurain, nuestro mejor ciclista, encontrado en la Sima de los huesos en 1992. Atapuerca y el Museo han sido un revulsivo para Burgos y la comarca, con alto impacto social, económico y cultural.

La relación entre Atapuerca y Tarragona es intensa y muy especial. Y su hilo conductor Eudald Carbonell, codirector de los yacimientos y, a la vez, catedrático de la URV y director fundador del Institut Català de Paleoecología Humana i Evolució Social (IPHES), dos instituciones genuinamente tarraconenses. Esa vinculación a doble banda sirvió durante las últimas décadas como puente de plata a más de 600 investigadores del IPHES y de la URV para excavar con Carbonell en la sierra de Atapuerca. El año pasado sin ir más lejos, fueron 115.

La aportación de Tarragona a lo que hoy es Atapuerca ha sido, pues, muy importante. Podemos sentirnos orgullosos.

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